viernes, 16 de septiembre de 2011

el forense sentimental 3


Derrigo corre por la calle. Al momento de intentar hacerse un café y memorizar una lista de materiales para construirse una repisa, visualiza el encendedor de Massinger. Inmediatamente piensa en lo mucho que viajan los encendedores, de bolsillo en bolsillo, impulsados por pequeños latrocinios cotidianos. Piensa en lo atávico del asunto; la lucha por el fuego entre las tribus, su captura, su ingenio, su celo, desde las primeras edades de la especie humana. Hasta ahora. Las guerras por el combustible inflamable desfilan proyectadas en las paredes internas de su cráneo. Alarmado, tocado en la que él cree su intachable ética de "lo justo es justo", el poeta Derrigo toma el encendedor verde, y sin ponérselo en el bolsillo (lacio automatismo que procura desterrar de su conducta respecto al fuego ajeno), abre la puerta de su domicilio y sale a la calle. Ahora corre. Corre para alcanzar al novelista Massinger. Y mientras corre, le crece, del costado izquierdo de la cara, un lector. Instintivamente, cuando siente el tirón en el cuero de la cara, le pregunta: ¿Qué lees? Justamente, contesta el lector que le acaba de salir sin retirar los ojos de las páginas, estoy leyendo una novelita que se llama Vida útil de un encendedor ; la compré en el supermercado chino.  Segundos de silencio; sólo se escucha la respiración agitada del poeta Derrigo, que corre por la calle, que no corre desde hace meses, perdon, desde hace años, qué va, desde hace siglos, es decir, que no corrió nunca. Pero que ahora corre. Para alcanzar a Massinger. Y devolverle el jodido encendedor. Y se acuerda de ése al que los dioses lo condenaron a que unos agiluchos le comieran las tripas una y otra vez, o algo así, todo por robarles el fuego a ellos y dárselo a los mortales, que venimos a ser nosotros, ¿cómo era que se llamaba?, no se puede correr y pensar a la vez, por eso será que no hay filósofos atletas, bueno, Wittgenstein peleó en la guerra, y calculo que para pelear en una guerra tenés que estar en estado, bueno sino el estado se encarga de que estés en estado con el estado, de todas maneras, el Tractatus no lo escribió en el gimnasio ni mucho menos, igual: ¿qué se yo?, capaz que sí, que en un gimnasio se lo escribió, todo sudado, después de darle a las flexiones de brazos, en series cortas primero y más largas después, pero en todo caso, no corriendo, corriendo no se pueden pulsar ni lápices ni teclas, ¿para qué era que estaba corriendo yo?, ah sí: el fuego, uuuy qué tirón, el encendedor, lo debe estar necesitando, va, no sé, estoy presuponiendo, que no es uno de los vectores que se le den mejor a las fuerzas del pensamiento, suponer no nos lleva a nada, bueno, sí, pero a lo que me refiero es que... no se puede pensar y correr. Derrigo mira al lector que florece desde su cachete; su rosto es apacible, está reconcentrado en la lectura. Deja de correr. Mira el encendedor: rayo de luz diurna impacta en su carcasa verde. Pulsa: con su dedo gordo la ruedita metálica. Nada. Otra vez. Nada. El encendedor no funciona.