lunes, 9 de julio de 2012
sábado, 7 de julio de 2012
¿Qué onda ciber-ratis?
Nada mejor que las medidas de los gobiernos y las empresas progresistas para maquillar la dictadura del Mercado, la horrible jeta del Capital.
Un gobierno burgués, es un gobierno burgués. Este Sistema está mal, hace mal, y no puede ser parchado ni remendado. La diferencia con la derecha no son un par de medidas y contramedidas a favor de los intereses de un par de sectores de la población. Forzar la salida de este sistema, redefinir lo posible y lo imposible, cagarse en la real politik, eso sí hace la diferencia. Que la gestión K haya otorgado el derecho a unirse civilmente a los homosexuales, esté discutiendo seriamente la despenalización de la marihuana, y hasta le haga guiños positivos a militantes abortistas, ya no logra ocultar su fascismo de Mercado; que el nuevo en Francia quiera borrar con el codo lo que hizo Sarkozy no logrará tapar la debacle financiera que los arrastrará al desagüe entrópico, o al toilet alemán (de hecho, por esos lados ya probaron las mieles de los progresismos de derechos civiles; acá, las modas siempre llegan tarde...).
Mientras permanezcamos dentro de estas economías financieras, sostenidas por el sufrimiento de millones, nada mejorará en realidad. Sólo entrar a una economía de necesidades y recursos, para luego migrar a un mundo nuevo y más justo, olvidándonos de los índices económicos (ese jodido vudú blanco) para siempre, puede hacernos Bien.
Me gustaría decir que el día del Juicio Final se acerca y que no tendrá piedad con los malos; pero ya ví muchas de esas pelis. Mejor construir las nuevas condiciones para el cambio, para la (sí, una vez más la regastada palabra; por ahora no han inventado una mejor para estos casos) Revolución. En eso, cada vez somos más los que estamos.
A propósito: creo que Google y sus empresas satélite (esos psudo nerdines progres, con videojuegos y ping-pong en sus empresas divertidas) se han enojado por algo...
Ahora, para entrar en ladimensionperpendicularynos.blogspot.com, hay que pasar por unas advertencias sobre potenciales virus al asecho, o sino otra sobre personas que estarían robando datos personales por medio de este blog (¡hipócritas: eso lo hace Faceboock y Google +, entre muchos pinches otros!)
A ver que pasa ahora...
Da lo mismo: volveremos en dos, cien, mil blogs...
Un gobierno burgués, es un gobierno burgués. Este Sistema está mal, hace mal, y no puede ser parchado ni remendado. La diferencia con la derecha no son un par de medidas y contramedidas a favor de los intereses de un par de sectores de la población. Forzar la salida de este sistema, redefinir lo posible y lo imposible, cagarse en la real politik, eso sí hace la diferencia. Que la gestión K haya otorgado el derecho a unirse civilmente a los homosexuales, esté discutiendo seriamente la despenalización de la marihuana, y hasta le haga guiños positivos a militantes abortistas, ya no logra ocultar su fascismo de Mercado; que el nuevo en Francia quiera borrar con el codo lo que hizo Sarkozy no logrará tapar la debacle financiera que los arrastrará al desagüe entrópico, o al toilet alemán (de hecho, por esos lados ya probaron las mieles de los progresismos de derechos civiles; acá, las modas siempre llegan tarde...).
Mientras permanezcamos dentro de estas economías financieras, sostenidas por el sufrimiento de millones, nada mejorará en realidad. Sólo entrar a una economía de necesidades y recursos, para luego migrar a un mundo nuevo y más justo, olvidándonos de los índices económicos (ese jodido vudú blanco) para siempre, puede hacernos Bien.
Me gustaría decir que el día del Juicio Final se acerca y que no tendrá piedad con los malos; pero ya ví muchas de esas pelis. Mejor construir las nuevas condiciones para el cambio, para la (sí, una vez más la regastada palabra; por ahora no han inventado una mejor para estos casos) Revolución. En eso, cada vez somos más los que estamos.
A propósito: creo que Google y sus empresas satélite (esos psudo nerdines progres, con videojuegos y ping-pong en sus empresas divertidas) se han enojado por algo...
Ahora, para entrar en ladimensionperpendicularynos.blogspot.com, hay que pasar por unas advertencias sobre potenciales virus al asecho, o sino otra sobre personas que estarían robando datos personales por medio de este blog (¡hipócritas: eso lo hace Faceboock y Google +, entre muchos pinches otros!)
A ver que pasa ahora...
Da lo mismo: volveremos en dos, cien, mil blogs...
viernes, 6 de julio de 2012
viernes, 1 de junio de 2012
Orangreennnnnnn
Retrato hablado del escritor norteamericano Neil Massinger, conocido entre otras cosas, por ser el autor de la novela más corta de la Historia de la Literatura: - 216 páginas. Un libro practicamente sumergido en la inexistencia Que loco, ¿no?
martes, 29 de mayo de 2012
Fuck la mort!
Estimada: infinitas gracias por los momentos mágicos (negros y blancos), hermosa vampira de la margen izquierda de las películas de terror con chicas lindas e impronta surrealista. Mario Bava, estuvo bien, fue el troesma; Darío Argento, en ocasiones, estuvo genial. Pero Jean Rollin, el bueno, el zurdo de Rollin, te tuvo a vos, Franca.
Todavía te veo (y es literal) con colmillos, de extremista, de prostituta. Me encantas igual que antes. Todavía me fascina tu militancia, tu figura darky, tu cara.
El otro día me enteré que hace poco te las picaste para la otra vida. Claro, esa es la versión oficial: vos sos vampira... y todos sabemos lo que dura un ejemplar de esa especie. Y yo, siempre llegando tarde, recién ahora me entero que, además, escribiste 7 novelas, y que cuando se te estaban agotando las pilas en la carcasa humana, te pusiste a hacer unos videos con tu hermano músico y tu hija. Y a esa productora experimental, le pusiste Fuck la mort.
De una, Franca. De una.
El niño que se enamoró de tu imagen en la pantalla, te saluda
Merci beaucoup, Franca Mai
Crescendo (extracto)
Ellos
son como son.
Tienen flores en sus bocas que se abren y
cierran de nada. Los labios húmedos se destacan, parsimoniosos, luego de la explosión
de risa del viento, entreviendo pequeños dientes nacarados, algunas fisuras. Sus
pensamientos derruidos los colocan en un sueño ligero o profundo, todo depende
de la velocidad del tren.
Las distancias son largas a veces…
Y a menudo se ofrecen a mi mirada. Es por
esa razón que me gusta tanto viajar. En realidad no tengo a donde ir, me dejo
llevar por mis arranques; tickets arrugados en el bolsillo, para el acceso a carriles
desconocidos o hacer el trayecto en el sentido contrario. Todo depende de mi
estado de ánimo. Siempre la tengo difícil para identificar lo que va a
satisfacer mis caprichos; el jardín es tan grande, tan colorido, tan prometedor...
Y todas esas bocas barnizadas, laqueadas, desgarrándose
por la mitad, en oferta…
A veces, se telescopean en pétalos
venenosos, dando paso a un enorme agujero muy húmedo en el que no puedo
encontrar mi lugar.
Demasiado amplio.
Cuando me viene esta sensación, me pongo
furiosa. El sudor moja mi cuerpo, adhiriendo el pantalón a mi piel,
dificultando mi andar. Debo calmar mis nervios entre dos vagones; que no se me
olvide el placer sagrado y este no sea un viaje para nada.
No me gusta perder mi semilla.
de Crescendo, novela de Franca Mai
martes, 24 de abril de 2012
(((...)))
Estábamos terminando de limpiar el patio del blog, cuando llegó P. Nos preguntó qué estábamos haciendo, y Crush le contestó: estamos poniéndole una bufanda a un hipopótamo hipotérmico, ¿qué: no se nota? P, que lo conoce de sobra a Crush, no le dijo nada; después de todo, él había preguntado lo obvio. Para eso, mejor hablar del clima. Como hacía rato que P. no venía a visitarnos, yo lo traté mejor y le pregunté cómo estaba, en qué andaba. Estoy terminando una novelita que me está poniendo canas verdes, dijo P, y se sentó en el sillón que usa Crush para mirar sus documentales sobre (e)nanotecnología. Se dice me está sacando canas verdes, le dijo el supuesto dueño del sillón. No, contestó rotundo P., a mí no se me cae el pelo. ¿Y de qué trata?, le pregunté rápido a P. a modo de paños fríos. No sé, creo que es una historia de suspenso; ocurre en varias ciudades, principalmente en Tokio; están implicados un escritorsuelo, unas gravure idol y Goebbels, el jefe de propaganda nazi; y hay algo así como un Gran Hacker Oculto, que articula. ¿Queres comer unas legumbres?, le ofreció de pronto, fuera de todo pronostico, mío sobre todo, Crush a P. No gracias, muy amable, acabo de comerme un kilo de zanahorias rayadas. ¿Y que más estas haciendo P.?, le pregunté antes de la casi segura insistencia de Crush con sus famosas legumbres. Trabajando en el negocio de insumos para encuadernaciones (atención al público, con cara de dormido o de sacado); traduciendo a Houellebecq (del frances al castellano), a Silvia Plath (del ingles al castellano) y a Lumpe Truk (del castellano al castellano); fumando; mirando películas de toda calaña (la última: una malísima, pésima, tópica, esdrújula, sobre el amor entre un diseñador de jardines depresivo y el espíritu de una chica en coma; con esa actriz mezcla de rubia y perrito pequinés, la de Legalmente rubia; tan mala, que hasta se olvidó el nombre y el resto de la trama); leyendo y leyendo como queriendo salirle por el otro lado a la realidad; tocando algo de música, poca y mala; dibujando casi nada (excepto por un fanzine para la feria de unos amigos); con muchas ganas de aerosolear denuevo; una que otra escena de lo que comúnmente llamamos vida social; navegando un poco en la webá, consumiendo (esa es la palabra exacta) bastantes videos en youtube, administrando (en solitario y en conjunto) algunas cuentas de blogspot, wordpress, faceboock, gmail, hotmail, etcétera. Miré la cara de Crush, parecía interesado en eso último; aunque con Crush nunca se sabe.
En particular, de acuerdo a como se iba generando su propio mundo, a P. le interesaba (y sobre todo le gustaba) uno de esos blogs. ¿Sobre qué es ese blog?, le pregunté yo, viendo que Crush había perdido el interés y ahora estaba pasándole el plumero a sus vasos Recuerdo de Puerto Madryn con forma de ballenas. No lo tengo muy claro aún; hay un presentador, escribe en primera persona, es un mamífero cánido, bah: un perro, o por lo menos eso declara, y pone una foto como para sostenerlo; vive acompañado por alguien o algo, con el que las relaciones a veces se tensan / a veces se distienden; no sé por qué, siempre comen legumbres: sólo legumbres; esta especie de trama, cada tanto, es interrumpida por los gustos y los intereses del protagonista; en fin: que el tecleo, la tecladura, la teclación, hagan el resto. Después de un silencio, en el que solo escuchamos el plumero de Crush, P. nos contó que había empezado ese blog con su amiga (canina) Pavlova, quien ahora estaba enterrada en el patio de otra amiga (humana). Sí, la foto del perfíl es de ella. Sí, murió joven, como muchos de sus ídolos. ¿Tu perra tenía ídolos? No, tampoco es que era fanatica, pero le gustaban. ¿Quienes? Cobain, Basquiat, Plath, Morrison, Sophie Podolski, Lautreamont, Moura, Elliot Smith... tantos. ¿Y ella iba y los escuchaba?, le pregunté, lamiéndome una de las patas delanteras. ¿Me estás cargando Turba?: era una perra; yo le ponía las músicas o le leía, y ella prestaba atención o se relajaba. Ah, bueno.
Antes de que Crush llegara con su bandeja repleta de legumbres, dispuesto a sentarse para ver uno de sus documentales, P. se despidió diciendo que se le hacía tarde para regar los cactus. Una vez solos, con la boca llena, Crush se dijo como para sí, sin dejar de mirar la pantalla, que los cactus no se regaban.
domingo, 8 de abril de 2012
lunes, 2 de abril de 2012
(((...)))
Crush inventó una máquina del tiempo. como me lo vino a decir mientras yo estaba terminando de armar el puzzle tan bonito que me habían regalado, no le presté demasiada atención; dije algo así como: fa, que copado. mas tarde, durante el hervor de ciertas legumbres, me lo repitió: che, Turba, inventé una máquina del tiempo. fuimos hasta su taller y me la mostró. bien, muchísimo ingenio Crush, qué bien; eso le dije, con toda sinceridad. el aparato en cuestión no tenía mucha pinta de ser lo que era, de todas maneras, yo no sabía prácticamente nada de máquinas del tiempo. ¿a quién queres que traiga mañana para la cena?, me preguntó de repente. mmmm, no sé, si me preguntás así de golpe, no se me ocurre nada, a verrr, quien puede serrr. Dale, pensa un poco, vivís hablando de este y de aquel, ¡ahora es tu oportunidad!, me arengó Crush, señalando su máquina y guiñandome un ojo. y yo: esteee, eeeh, este... mmm... eeeh... ya sé: Trotsky. ¿Trotsky? sip, Trotsky. Crush puso su cara de pensamiento analítico un momento, y después dijo: bueno, ¿a qué edad lo queres? ¿qué?, dije yo, en el medio de un valdio mental. ¿que a qué edad queres que lo traiga a Trotsky?, me dijo con tono de haber comenzado a ponerse cachetón, o sea, impaciente. no es lo mismo, me dice, que lo traiga a los 20, a los 14, a los 32 o a los 40. aha; encima, tenía razón. medité un poco mirando el cuadro del pato que tenemos en la cocina y finalmente dije: podría ser el de 1905, el que está escribiendo las Perspectivas..., a ese le vendría bastante bien la cena; o el de 1918, pero no, ese debe estar muy ocupado; entonces, el de 1924, el que está escribiendo Literatura y Revolución, para que nos hable un poco de su concepto de los "compañeros de viaje" ahí desarrollado; porque el Trotsky de 1930 también está hasta las manos, acomodándose al exílio; y el de 1937 ya comería lo suficiente con Frida y con Diego, en la Caza Azul... antes de poner nada en claro, me interrumpió Crush: ¿Por qué mejor no traemos a Colón, o a Valeri Solanas, o al malaonda de Robertito Arlt, o a Isabel Adjani (cuando joven, aunque como todavía está viva, no creo que sea muy seguro), o a un cavernícola? ¿un cavernícola?, pregunté. sí, de una, le enseñamos a usar los cubiertos, le hacemos escuchar Coldplay (qué malvado), y después le servimos té con scones. pero no sabría charlar, le retruqué, ¿para qué queres pasar a tomar el té con escones? ufff, no sé, me dijo ya medio hinchado, era por decir algo nomás. hagamos una cosa, le dije después de unos minutos de mirar el DVD de Chayane sin volumen, con música de fondo de DNA (combina), que venga el hijo de Panicoylocura (un quiosquero del barrio, fanático de la película -si le vieran la cara a las 2 de la mañana). los ojos de Crush se agrandaron, mueca de gracia en el hocico: vos queres decir un viaje al futuro; mirá que te gusta el rebusque, Turba. Una hora después, Crush salía con rumbo a 1969, iba a buscar a la Pizarnik (al final, por tema de idioma y de proximidad para la búsqueda, optamos por la poeta). cuando se estaba poniendo el casco, me preguntó: ¿cómo sabes que la novia de Panicoylocura está embarazada?
4 horas más tarde (yo ya había comido mis legumbres reglamentarias), volvió Crush. pero venía con...
sábado, 24 de marzo de 2012
(((...)))
una vez más me encontraba ante la desidia, el olvido mala-onda de Crush. cuantas veces le había dicho que cuando usara la cinta de embalar dejara el borde plegado, así el próximo que la usara encontraría con facilidad el extremo... y sobre todo no se gasta la vista y las uñas. en eso, yo aún sin dar con el borde de la cinta, aparece Crush con nuestro vecino Racso (se llama Oscar, pero le gusta que le digan Racso; cuando empezó a estudiar cine se cambió el peinado y el nombre). viene a pedirnos un poco de legumbres. en realidad, viene a hablar y a intercambiar materiales: tiene un video que nos puede llegar a interesar, dice. no, por Dios, no, otra vez no, ya me lo veo venir. No necesito mirar a Crush para saber que me está mirando y se está sonriendo, achinando los ojos y sacando las paletas.
chau, vecino, chau. apenas se cierra la puerta, digo, con un tono reposado pésimamente mal actuado: Crush, no sé si es correcto seguir recibiendo el material de Oscar; mi problema no es darle legumbres, sino sus contenidos. Se llama Racso, me dice Crush mientras se lima las uñas con el mismo papel de lija que ha estado utilizando para darle los últimos retoques a su busto de yeso (es una cabeza de Paul McCartney que, para mí, parece más una de Francis Bacon -el pintór). Bueno, Racso, cómo sea. Nos quedamos en silencio unos minutos, ya oscureció, suena una alarma de auto a la distancia, ladran los perros desde un pátio contiguo. No seas tan estricto con el flaco, me dice Crush, después de todo no estuvo tan mal el speech de hoy. Esa tarde, Oscar nos habló de los diferentes animales que habían ocupado el lugar de representación de la población humana a lo largo de los últimos años de nuestra civilización. En el comienzo de nuestra era cristiana: la oveja (eramos rebaño, sobre todo según la pastoral cristiana); y por oposición, los que se salían del rebaño, luego de ser ovejas negras, hasta podían llegar a convertirse en lobos. Así hasta mediados de los 50s, en donde la velocidad de las mega-ciudades, el baby-boom y el vértigo del mercado hacían saltar a toda velocidad de una zanahoria a otra, de una madriguera a otra, a toda la pop-población: eramos conejos. finalmente, para la actual era farmacopornográfica (concepto de Beatriz Preciado), corresponde: el pollo (por el retoque genético, por la tecno-manipulación, por lo brutal de la condición de su producción como mercancía). Por supuesto que esa iconografía contaba con más animales, pero eran para casos más específicos y no para toda la población: perros, gatos, cerdos, caballos, insectos... los antes mencionados, nos hablaban de la población en general, los ciudadanos en relación con lo que Foucault llamó biopolítica, ese conjunto de tecnologías aplicadas sobre los cuerpos por el poder estatal.
Crush afirmó ser chapado a la antigua: es decir, todavía era un bunny. Yo dije, inmediatamente después de ingerir en el más estricto silencio mi porción de legumbres, que no iba a ver el video de Oscar, que me iba a dormir. Se llama Racso, me dijo Crush. me acosté y abrí la novela que estaba leyendo, una sobre un marido que vuelve loca a su mujer, una afamada directora teatral, inyectándole todos los días elevadas dosis de ácido lisérgico en su pasta dentrífica; su plan, es hacerse con la importante herencia de su esposa, luego de internarla en una institución psiquiátrica; lo mejor de la novela, es la evolución de las obras que monta la directora, transcriptas íntegras en el libro, con las que va obteniendo, ante la estupefacción de su marido traidor, un éxito cada vez mayor.
...
Oscar. perdón, Racso. Racso es tatuador (le hizo el plano de una de las casas en las que se crió a Crush en la planta del pie izquierdo; le quedo bien; pero ese no es el punto). ¿de qué se trata el video que nos dejó por las legumbres? Crush no se rió cuando me lo relató. las imágenes mostraban a un chanchito, de un año o dos , más no tenía, con todo el cuerpo lleno de tatuajes. lleno. Él y sus amigos lo dormían y lo usaban para practicar.
domingo, 18 de marzo de 2012
(((...)))
mientras yo le despego los papelitos de colores a un cubo Rubik, para después volver a pegarlos ordenados por lado, y así tener algo que mostrarle a las visitas que vienen a casa, Crush, dibuja esta escena. apenas termina, me la muestra, a la vez que la titula en voz alta: Las aventuras del joven Jean-Paul Sartre.
más tarde, comemos legumbres y jugamos (como solemos hacer durante nuestras cenas compartidas) a escuchar dos discos superpuestos (uno encima del otro, a la vez): Pet sounds (Beach Boys - 1967) & Tender Prey (Nick Cave and the Bad Seeds - 1988). suena bien, muy bien la mezcla. somos moderadamente felices por el hallazgo.
jueves, 9 de febrero de 2012
Lo nuevo de las Deep Daianas!
para los que aún no escarmentaron con el low-fi de las Deep Daianas...
un crimen más para los tímpanos...
y como los nabos no tienen aún un video presentable de este trabajo, los dejamos con uno del anterior, Puñal.
martes, 31 de enero de 2012
La máquina Bolaño
Vértigo de la desertificación.
Es
bastante conocida esa Nada que atrae a los poetas, que los abduce. Famosa esa
inactividad que les muerde los talones, amenazándolos siempre con tragárselos a
ellos y a su escuálida obra, sumergiéndolos en la inexistencia. Esa Nada es,
básicamente, un lugar: un desierto. Y los poetas habitan ahí a costa de un
vértigo constante. Vértigo de pasaje podríamos llamarlo, en función de un catálogo
imaginario de vértigos. Vértigo del pasar de habitar el desierto a ser
el desierto.
Aclaración
necesaria: no hablamos acá, ni de la muerte, ni de su pulsión; ni de autismos
literales, comatosos. No. Autismos literarios, quizás.
Este
desierto está vacío de acciones. Es lo inanimado lo que tira. Pero,
paradójicamente, en su forma activa: la inanimación, lo inanimante. Lo que
empuja hacia alguna parte sin la más minima esperanza de nada. Escribir o no
escribir, dat de cuéstion. Que en
literatura, ustedes ya se dieron cuenta, equivale al famosísimo interruptor shakesperiano (ser o no ser).
Sí:
ontología de morondanga el poeta. Vecino del místico, pariente no tan lejano
del anacoreta. Por supuesto que no nos referimos con esto al tono del poeta, más bien a su condición,
o mejor, a su situación. Al dónde. Ya dijimos: esto es habitar con vértigo el
desierto. Vértigo parecido, ahora que se nos ocurre, al sopor. A modo de
ejemplo: a ese vértigo de las alturas (un clásico), crúcenlo con la
narcolepsia: imaginen el resultado… ahí tienen algo parecido a ese desierto que,
medio que habitan / medio que se les viene encima a los bardos. Y esto trae a
cuento eso de que la diferencia entre un poeta y un filósofo es que el poeta
duerme más.
Tres
que se adentraron en La Inacción; cada uno en su estilo. Tres que cesaron, secaron
la fuente, y a otra cosa mariposa. Tres que dejaron de escribir:
1
/ El nene Rimbaud: después de dos
conjuntos de poemas y un poco más, el joven poeta maldito se hartó, sobre todo,
de su poesía de profeta ebrio de monaguillo con fiebre, y acto seguido, se puso
a realizar más de un tópico de su
poemario. Su Yo es otro se hizo
carne. El agitado siglo XIX está terminando entre convulsiones. Se fue de mambo, dirían ahora del joven
Rimbaud y del siglo. El autor de las Iluminaciones se convirtió en salvaje,
en algo así como un pirata, o en una especie de “agente Kurtz”, de El corazón de las tinieblas, la novela
de Conrad (talvez les suene más en la versión “coronel Kurtz”, del film Apocalipsis now, interpretado por la
cabeza -exclusivamente por ese apéndice corporal- de Marlon Brando). El niño
Rimbaud, que ya era bastante movedizo, apenas cumplidos los 20, se piro y renegó
de todo lo antes escrito. Después no hay certezas de sus paraderos. Chispazos
de ubicación, apenas. En Chipre, de capataz. En medio oriente, expedicionario. En
Alejandría, apenas se cuenta que lo vieron. En África, en Abisinia, tráfico de
armas, de esclavos. Habitó el desierto posta. Viajó en camello posta. El nómada
es, más que otra cosa, desértico. Rimbaud muere a los 37 años y 20 días.
Llevaba cerca de 20 años sin escribir un verso. En los últimos tiempos, al
hablar de su obra juvenil, solía decir: Eran
enjuagaduras.
2
/ Juan Rulfo: escritor mexicano. Si el “Boom Latinoamericano” de los 60 fuese
una foto, el saldría pequeñito, misterioso, a un costado. Sólo dos libros: un
conjunto de cuentos, El llano en llamas,
y una novela corta impecable, Pedro
Páramo. Luego, el silencio. Surgen algunas dudas. ¿Cómo alguien sin
demasiada instrucción, hijo de campesinos, escribió esas obras, sutiles y profundas?
Lo de su parate posterior es muy
sospechoso, dijeron algunos malpensados. Esas dudas, después de todo, son
requetecontraparecidas a las que siempre les tuvo Europa a sus excolonias. Lo único que espera la desconfianza es la
subordinación. Algo así como la relación entre el Varón Frankenstein y su
criatura; Gepeto y Pinocho; el rabino y el Golem. Lo que si consta, es ese
silencio (ese páramo) que protagoniza
su novela, y su obra. América, el continente descubierto (como quién destapa
algo y encuentra un pozo; o peor, lo excava). El espacio de su retirada.
3
/ Salinger: un profesor con llegada a los alumnos, en la época dorada de los campus norteamericanos. Editan su novela
de culto a finales de los 50, El guardián
en el centeno o El cazador oculto (depende
la traducción que les haya tocado en suerte. Recomendamos la de Pedro B. Rey, El cazador…, en ed. Sudamericana, que mal no
está). Qué más, sí, su entrañable saga
de los hermanitos Glass (Cristal, Vidrio), constituida por unas novelas cortas
(o relatos largos). Levantad carpinteros
la viga maestra es una buena puerta de ingreso al mundo de los hermanitos
de vidrio. Y también hay un conjunto de cuentos, 9 cuentos para ser exactos. Pero el nombre de los hermanitos de su
saga nos advierte algo. Nos dice sobre una fragilidad. Es ese vértigo del
desierto, abalanzándose. Búsquedas en la poesía zen, en el Tao. Salinger tiene
vocación de místico. ¿De escapista fuga
mundis?, talvez. Se pierde, más que seguro que con una
biblioteca haciéndole de camello para la travesía de la desaparición. Y no
publica más. Nada. Se dice que sigue escribiendo, pero escondido, para no
publicar. De todas maneras, de la vida pública, de publicar, se fue. Se va
secreto. Se pierde en el vacío lleno, de a poco. Se pierde, tenue, tácitamente
canchero...
A todo esto, ¿y Bolaño?
Ya llegamos. Paciencia, que como decía el
joven pálido Kafka: “Todos los errores humanos son fruto de la impaciencia,
cof, cof, interrupción prematura de un
proceso metódico”.
El
escritor, el poeta (como para no cortar el
enfoque), es el primer habitante de un desierto, que es su obra en
formación, y su vacilación gigante, sus ganas de nada, sus, a veces,
desesperadas ganas de asir la nada. También está su trascendencia en estado
larval. Abismo y creación. Adán de su
hipotálamo. Robinson de la isla de su cráneo.
El
reconocimiento a Roberto Bolaño, según algunos, le llegó tarde. Para ese
entonces el escritor nacido en Chile en 1953 ya sabía que tenía los días
contados. Había emigrado con su familia de niño a México. Había vuelto a Chile
en el 73, a dedo, atravesando Latinoamérica, para participar del gobierno-aventura
popular de Allende. Cayó preso al otro día del golpe. Y zafó porque dos de los
milicos habían sido compañeros suyos en la primaria. Para ese entonces, el
entonces del éxito tardío con el Premio Herralde por su novela Los detectives salvajes, en 1998, ese escritor
ya estaba acostumbrado a vivir en su desierto. Una soledad de cactus de quien
ya poco espera.
Ese
vértigo de la nada, propio del oficio, al encontrarse, al chocarse con la
cuenta regresiva de la enfermedad que se intuye, se sabe terminal, deviene
desesperación. Exactamente: no-espera. En más de una ocasión Bolaño debe haber
pensado en que moriría siendo el único habitante de su obra. Y es justo ahí
donde encara el último tramo; el que lo convertirá en leyenda
(etimológicamente: lo digno de ser leído, conocido)
Se
dice que Bolaño a veces se hace el tonto, el simple. Que despista con su meta-literatura,
a lo Borges, y su crudeza fractal y vagabunda, a lo poeta Beat. Finge que está
hablando de cosas triviales, mundanas, de opacidades de la vida en la sociedad moderna;
y de fondo, detrás, se estremecen los grandes temas, los desgarrados temas, históricos,
antropológicos, filosóficos, poéticos. Se estremecen, decimos, porque Bolaño
escribe con la desesperación. Pero, ojo: él no languidece, ni pega un salto kierkegardiano de fe a lo Steve Wonder.
No se entrega al desierto a lo santo,
es decir, él solo frente a Dios, en un face
to face, sin mundo. Nones. Su desesperación lo crispa. Lo acerca al
combate. Se mete en el Unimov (¿se
escribirá así?, ese vehículo militar pesado con orugas) de la Literatura.
Bolaño ya no está solo en esta: forma parte de La Literatura. Agarra al mundo y lo mete comprimido en su desierto.
Lo mete por la fuerza. Puja de quien,
incluso, o sobretodo, desde su desesperación, tiene algo para decir. Aún, en
plena época de multimedios mudos, tiene algo que decir; con el
Apocalipsis puesto de poncho.
El
mundo es un desierto lleno de inscripciones geológicas. Y Bolaños, el pensador tectónico como dice uno de
sus poemas, está ahí, leyendo crudo. Y a medida que lee, sueña; sueña mítico,
sueña profético.
Si
nos fijamos, de lejos, Bolaño parece un peleador callejero que en el barrio, en
los monoblocs de la literatura, se
hace llamar DJ Borges.
Como
Borges Jorge Luís, Bolaño (que era ultrafanático del cegatón escritor), ingresa
desde su vida de lector en la máquina
literaria; es decir, en ese conjunto (no tan grande, por cierto) de metáforas
que serían la historia del mundo, y sus variaciones, (como escribe Jorge Luis en
su ensayo La esfera de Pascal).
Ahora, bien. Borges, digámoslo, es un tilingo bibliotecario con alma de compadrito.
Y Bolaños es un Borges beatnik; con algo de surrealista periférico (no
europeo). Pero, a diferencia de la distancia aristocrática con respecto al
mundo de Borges, y, a diferencia de la distancia dionisiaca y/o zen con
respecto al mundo de los beatniks, Bolaños, se encastra en el mundo. Defiende el lugar de lo que él (siguiendo a
Lihn) llama el escritor civil. Es decir, no aspira a ser un periférico, sino
que le interesan los asuntos de La Polis; se foguea en el Ágora. Se mete de
lleno en los combates por la verdad (en ese sentido, es un moralista, a lo
Voltaire, escritor citado más de una vez en la obra del chileno). Y tal vez
vaya más allá: Bolaño es fiscal…Y hasta policía. Sí. Es decir, no teme ponerse
en ese, actualmente, antipático lugar, y hablar desde ahí en serio. Baste como ejemplo fixionál su cuento El policía de las ratas (en su libro El gaucho insufrible); es el relato en
primera persona del sobrino policía de Josefina la cantora, el entrañable
personaje del cuento de Kafka, mientras investiga una serie de crímenes en la
comunidad de las ratas. Y como ejemplo real, en una entrevista concedida a la
revista Playboy , poco antes de su
muerte:
Playboy: ¿Qué le hubiera gustado ser
en lugar de escritor?
Bolaño: Me hubiera gustado
ser detective de homicidios, mucho más que ser escritor. De eso estoy
absolutamente seguro. Un tira de homicidios, alguien que puede volver solo, de
noche, a la escena del crimen, y no asustarse de los fantasmas. Tal vez entonces sí que me hubiera
vuelto loco, pero eso, siendo policía, se soluciona con un tiro en la boca.
Las
mejores obras de Bolaño tratan de escritores, de lectores y de lecturas. Y a la
vez, son obras profundamente vitalistas. Bastante vitalistas como para ser,
sólo, obras de literato.
Los
protagonistas de Los detectives salvajes son
los poetas realvisceralistas Arturo
Belano y Ulises Lima, nombres ficcionales detrás de los cuales se esconden las
identidades de Roberto Bolaño y de su amigo y compañero mexicano de correrías
poético-marginalotas, Mario Santiago, con quien en los años 70, en el DF, comandaron
el movimiento Infrarrealista, con el que planeaban “volarle la tapa de los
sesos a la cultura oficial”, junto a otras amenazas (por ejemplo, y era joda,
claro: la de secuestrar a Octavio Paz: por aquellos años, poeta máximo del
parnaso mexicano). Estos dos poetas, los de la novela, uno con el nombre del
viajero: Ulises, el otro con el nombre del rey-caballero: Arturo, persiguen los
rastros de una poeta mexicana de vanguardia de los años 20 llamada Cesárea
Tinajero, de la que sólo han escuchado hablar. Esa mezcla de búsqueda, escape y
persecución los impulsará a recorrer el mundo. Te la deja picando: Tinajero:
Latina: América La Tinaja: nacida por cesárea. Algo así. Literatura y exilio, para Bolaño, son caras de
la misma moneda.
En
su novelón póstumo, 2666, vuelven a
aparecer los perseguidores de un autor misterioso en constante fuga, los
lectores de un escritor en constante truco de aparición y desaparición. En esta
ocasión, son cuatro críticos literarios (el francés Pelletier, el español
Espinoza, el italiano Morini y la inglesa Norton) quienes van tras las huellas
de Beno von Archimboldi, el enigmático escritor alemán cuya fama está en
aumento en el mundo de las letras, a quien nadie
conoce en persona. Terminarán su
búsqueda en el desierto de Sonora (límite de USA con México), en la ciudad de
Santa Teresa (máscara de Ciudad de Juárez), sin éxito, ya que Archimboldi no
dará ni rastros. O lo peor, sólo dará eso: unos cuantos rastros a modo de
jeroglíficos. En ese momento, el novelón (de 1119 páginas), no hace más que
comenzar. La ciudad de Santa Teresa viene siendo escenario de una larga serie
de crímenes con un grado de atrocidad extremo: mujeres, en su mayoría jóvenes.
Torturadas, mutiladas y violadas; antes y después de muertas. Estos crímenes
están en el centro del misterio del mundo, dirá uno de los personajes. (Este
importante elemento de la novela está sacado de datos periodístico-policiales
reales: durante la década del 90, en Ciudad de Juárez, comenzaron los crímenes sistemáticos
de mujeres, crímenes en su mayoría sin resolver hasta el día de hoy; aunque
buena cantidad de las sospechas terminaron cayendo sobre los carteles de droga
que ganaban en esos años cada vez más y más poder en la región, de la mano del
poder político.)Todos los protagonistas de las cinco partes del libro (partes
pensadas como posibles novelas separadas por Bolaño) confluyen en esa ciudad
enclavada en el desierto mexicano. Si bien la novela está repleta de personajes
y de sus vidas, se recortan nítidos ciertos personajes centrales: los críticos,
ya referidos, en viaje detectivesco de Europa a América; Amalfitano, un
profesor de filosofía chileno, que termina viviendo en Santa Teresa solo con su
hija española adolescente, mientras intenta no volverse loco; Fate, un
periodista afroamericano que va hasta Santa Teresa a cubrir una pelea de box
para un periódico de la comunidad negra; unos cuantos policías y otros cuantos
narcos vinculados al poder de la ciudad; y el mismo Archimboldi, el misterioso
escritor alemán, apropósito del cual, en la última parte de la novela, se
recorre buena parte de la historia europea del siglo XX. Y claro, el desierto
también es un protagonista en este novelón. El desierto de Sonora (lugar en el que,
además, termina Los detectives salvajes) es el hueco que succiona al mundo, el
desagüe entrópico, la boca negra de un Apocalipsis con fecha posible: 2666.
Como
escribió el escritor argentino Gonzalo Garcés: si Macondo (la ciudad imaginaria de las ficciones de García Márquez) es
para algunos algo así como el mito de origen de América Latina, la Santa Teresa de Bolaño, es el mito del final.
Pero éstas son sólo aproximaciones. La densidad de la prosa de Bolaño (y a
esto íbamos con todo este rollo del desierto en nuestro texto), pone en ese
mambo con la aparición y la desaparición, con lo habitado y lo no habitado, en
ese lugar desértico, poético, al mundo entero conocido. A las culturas (que
necesariamente están escritas). La
literatura, en su obra, es la vida misma con el vértigo de desierto encima.
En
otra de sus novelas, Amuleto, de
1999, leemos una aproximación a la fecha (a ese año) del titulo de su novelón
final. Es la protagonista de ésta novela, Auxilio Lacouture, una poeta
uruguaya, quien cuenta cómo siguió una noche a Arturo Belano y a Ernesto San Epifanio
en su caminata rumbo a la colonia Guerrero, en ciudad de México, adonde los dos
poetas se dirigen en busca del llamado Rey
de los Putos:
Y
los seguí: los vi caminar a paso ligero por Bucareli hasta Reforma y luego los
vi cruzar Reforma sin esperar la luz verde, ambos con el pelo largo y
arremolinado porque a esa hora por Reforma corre el viento nocturno que le
sobra a la noche, la avenida Reforma se transforma en un tubo transparente, en
un pulmón cuneiforme por donde pasan las exhalaciones imaginarias de la ciudad,
y luego empezamos a caminar por la avenida Guerrero, (…)la Guerrero, a esa
hora, se parece sobre todas las cosa a un cementerio, pero no a un cementerio
de 1974, ni a un cementerio de 1968, ni a un cementerio de 1975, sino a un
cementerio de 2666, un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o
nonato, las acuosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha
terminado por olvidarlo todo.
¿Quién
fue, es, y será Roberto Bolaño? ¿Un escritor latinoamericano más? ¿Uno de esos
compadritos caballerosos a los que les cantó Borges en su poesía, reencarnado
en un chileno trotamundos fanático de Jim Morrison y con vocación de detective?
¿Un típico caso del morto qui parla -hit
de ventas, Lázaro (re)animado con los hilos del Mercado?
Esto
recién comienza. Por ahora, hay que leer. Hay tiempo hasta el 2666.
Desierto de Rosario, diciembre, 2008.
sábado, 21 de enero de 2012
martes, 17 de enero de 2012
Fragmento de GOEBBELS BLUES (nouvelle)
Durante nuestra primera cena
con Anri y Megumi (un ramen con naruto), en compañía de Inu Zambrano,
el gato gris de esta última, charlamos sobre lo extravagante del famoso escritor
Yukio Mishima; su hiperactividad (quizás la anécdota ejemplar de este aspecto
sea la que lo describe organizando tres eventos, en un edificio, a la vez,:
abajo, una entrevista para promocionar un libro; en uno de los pisos
intermedios, la puesta de una de sus obras teatrales; y en la azotea del
edificio, una parada militar con su pequeño ejercito (incluyan por favor,
cuando lo imaginen al eufórico Mishima subiendo y bajando, los respectivos
cambios de atuendo); su obsesión en los últimos años con la belleza grecorromana del cuerpo masculino,
convirtiéndose finalmente él mismo en físico-culturista (durante muchos años,
la entrada físico culturista del
diccionario japonés estuvo acompañada por una foto de Yukio Mishima); su gusto
por la literatura francesa, en particular por Flaubert y Sade; su versión fotográfica
del San Sebastián de Guido Reni, interpretada por él mismo (su obsesión con el
sobaco izquierdo del mártir, que tiene clavada una de las tres flechas); su
exposición frente a cientos de militantes radicales de izquierda en la
universidad; su ejercito personal (la Sociedad del Escudo), sí, el primer, el
único escritor con una tropa propia; ¡cuantos quisieran! (bueno, D’annunzio
tuvo una ciudad-estado; está Julio Cesar; Trotsky mismo, fue general y escribía
bien; Sarmiento fue presidente de todos los argentinos; Vargas Llosa quiso
serlo de los todos los peruanos pero no pudo; da igual, esas son otras historias,
o no); su espectacular seppuku (suicidio
ritual japonés por desentrañamiento), planeado hasta en los más mínimos
detalles, al menos diez años antes de que finalmente sucediera. También
hablamos de bananas. De Melt Banana, la banda de noise, y de Banana Yoshimoto y de los libros suyos que conocíamos
(yo sólo conocía uno), y de su padre, Takáki, el filosofo y poeta, héroe del 68 japonés, y de su hermana, Haruno
Yoico, la mangaka preferida de Anri. ¿Por
qué se había puesto Banana de nombre artístico? Porque le gustaba la flor del
banano, por eso; así son los japoneses. A propósito del personaje de su novela La última
amante de Hashiko, hablamos de su homónimo, Hashiko el perro, el perrito fiel como le decían en Japón, el
que había esperado a su amo en la estación de trenes de Shibuya durante nueve
años, sin saber que este, un profesor de agronomía llamado Hidesaburo Ueno, ya
había muerto de un derrame cerebral mientras daba clases; en la estación, justo
en el lugar en donde él se ponía a esperar a su amo, sin saber que nunca
regresaría, le levantaron un monumento a Hashiko; todos los 8 de marzo se lo
conmemora. Las dos chicas opinaron que la película japonesa de los 80 basada en
la historia de Hashiko era mejor que la reciente con el actor budista Richard Gere.
Yo les conté que en la ciudad de la que venía, Rosario, en Argentina, en el
Cementerio de La Piedad, un collie esperaba a su amo desde el día de su
entierro, en 1995. Y más tarde comentamos la frase con la que Oé termina su
primera y brutal novela Arrancad la
semilla, fusilad a los niños, que los tres habíamos leído. La frase dice
así: Me levanté, con los dientes
apretados, y eché a correr entre las hierbas y bajo los árboles hacia el
interior cada vez más oscuro y tenebroso del bosque… Final de la novela. Con
bruxismo y puntos suspensivos. Durante el postre seguimos con el tema de los
libros que recordábamos terminados en puntos suspensivos (como el de Oé). Fumamos
una pipa y yo entoné el cantito eh oé
salchichas con puré: ¡eh! / eh oé salchichas con puré: ¡eh!; y me reí solo. Expliqué lo del Oé escritor y el oé de las
salchichas con el puré; pero fue peor. En mi pésimo inglés, creo, habían
comenzado a detectar proposiciones surgidas de la mente de un maniático sexual.
Les explique, simplemente, que era una canción de niños. Y por el tema de los
niños (también tratado en esa novela y en otras de Oé) llegamos al mundo de los
idols japoneses.
sábado, 14 de enero de 2012
LITERATURA, CARIES
1 / Sala de espera
Hace unos meses se pudieron ver
por un canal de cable (creo que por Encuentro)
unas entrevistas a varios escritores famosos, o muy famosos; a verdaderos dinosaurios de
la vieja escuela. Unas charlas en blanco y negro con los clásicos modernos, en
las que se podía apreciar al objeto-persona en uso de todas sus facultades
públicas. Además del contenido hablado y expresado en gestos por los escritores,
en estas apariciones televisivas, una cosa llamó poderosamente mi atención:
muchos de ellos (sin ir más lejos, dos referentes como son Julio Cortazar y Jean
Paul Sartre) tenían la boca hecha un desastre: los dientes manchados y cariados,
cuando no ausentes.
Y al ver esas dentaduras
estragadas en la tele, me acordé de un par de escritores, actualmente en servicios, a los que vi en
persona. De cerca y sonriendo: Cesar Aira y Federico Jeanmaire. Los dos con el
mismo problema de Sartre, de Cortazar y de tantos otros. Una dentadura hecha
bolsa, por la literatura.
¿Desidia higiénico dentaria por parte de
los escritores? También podría ser que como todas las profesiones, la de
escritor, trajera aparejada una que otra deformación patológica. Como los dedos
del pianista, que se van haciendo artrósicos; como el labio del trompetista, que
se va hinchando; como los deformes y cayados pies de las bailarinas; como los
pulmones del minero, que se van convirtiendo con la piedrilla. Así, los dientes de los escritores se van amarilleando, cariando y cayendo. Y su
espalda cría joroba, el cuello se les hunde en el pecho. Los famosos gajes del
oficio, la famosa deformación profesional.
¿Será el trabajar con las
palabras el que hace que los dientes, ahí tan cerca, en el filo de la boca, sintiéndolas pasar
constantemente, sucumban a su acides, a su veneno?
Para el escritor
francés Georges Perec, la letra hablada y la escrita no estaban tan distanciadas
como uno se podría imaginar. Algo importante se mantiene. Y quizá sea eso, lo que se mantiene como emisión, el elemento corrosivo que posee el lenguaje, lo que tanto carea a los
pobres dientes.
Perec, como muchos, se comía los
libros. Y batalló con las caries como pudo.
La literatura, como todo oficio
sacrificado y peligroso, le cobra tarde o temprano al cuerpo la suma de sus
pequeños, ínfimos, excesos. Caries, joroba... alcoholismo. Por supuesto, también
están los problemas de la visión. No tenerla: quedarse ciego como Borges y
Joyce. No controlarla: ver visiones como San Juan, Ezra Pound y Phillip K.
Dick. Pero los dientes son un talón de Aquiles del literato. A menos que sea
como dice Epicuro en sus Máximas
capitales: “Las enfermedades muy
prolongadas ofrecen en la carne aún más placer que dolor”.
Podría ser. Qué masoca. Si lo pensamos
unos segundos más, este lugar de patología placentera parece estar ocupado, en
el campo literario, por La Locura; no por los desastres dentarios.
Pero cuidado: que los locos y la caída
de los dientes son parte de un mismo kit, forman parte de un mismo conjunto.
En la institución
psiquiátrica, languidecerá el trabado por la lengua. Con flores negras de
maldad (porque sépanlo: las personas que sufren son malas: no pueden, ni quieren, ser buenas) cada tanto brotándole en el trato con los enfermeros y con las pocas
visitas. Perderá una a una, o de dos en dos, todas las piezas, y las encías
peladas serán la prueba de su derrota en la lucha por la supervivencia. Por
eso, inversamente, la gigantesca sonrisa publicitaria, histérica, es la muestra
de la voracidad de los tiempos: Predadores y perdedores.
En Doctor Pasavento(2005), una
novela del escritor español Enrique Vila-Matas que trata sobre un escritor
intentando desaparecer, alguien dice que en el mundo actual, en los albores del
milenio, el lugar del poeta, es el loquero.
Comprobamos. Ahí está Artaud desdentado, hablando la
lengua de las cañerías corporales, todavía enchastradas con la borra del
peyote. Y ese centro corporal es lo que ulcera la boca. Las palabras vienen ahora
del estómago, no más del cerebro. La bilis quema las encías y pudre los
dientes.
Y Nietzsche como una cabra,
hinchado y desdentado, inmóvil, en casa de su madre. Puteando a Sócrates y a
Jesucristo en el interior del bunker quemado de su cabeza. Podemos ponerle uno
de esos globos de pensamiento que aparecen en los comics, y dentro, escribir el
anti-poema de Nicanor Parra, quien también bastantes problemas con su dentadura
ha tenido, y que dice así: “Supongamos
que es un hombre perfecto/ supongamos que fue crucificado/ supongamos incluso
que se levantó de la tumba/ -todo eso me tiene sin cuidado-/ lo que yo desearía
aclarar/ es el enigma del cepillo de dientes/ hay que hacerlo aparecer como sea”.
Meses atrás de está decimonónica escena de historieta, una de las últimas
voluntades del Federico Nietzsche, efectuada, fue intentar morder a un caballo,
en el cuello, en la vía pública. La
voluntad de morder.
Un capítulo de Lógica del sentido, libro del filósofo
francés Gilles Deleuze, en el que se habla de Scott Fitzgerald, de su grieta (El Crack-up), en donde se habla de
su Gran cañón y del alcoholismo y del
fracaso, del esmalte de la superficie y de qué pasa cuando este se agrieta, se
rompe y se profundiza un cráter, ese capítulo decíamos, se llama Porcelana y
Volcán.¡En clara alusión a las caries en las muelas, a la mala dentadura,
bucal y espiritual! Otra novela que se menciona en ese capítulo es
Bajo el volcán, de Malcom Lowry, y otra
imagen, la del título, que remite a una muela con un volcán de infección y
dolor. En una página de esa novela, blanca como diente de leche, Lowry escribe:
“Ivonne ardía en deseos de curar la roca
desgarrada”. ¡Esa tal Ivonne seguro que es dentista! En el mismo capítulo se menciona la erosión
del pensamiento declarada por Artaud; las caries
en el alma del actor francés. Y en el final, un plano corto a
Burroughs y su búsqueda de la gran Salud. Y luego, la enigmática frase de
cierre de Gilles (que no era ninguna multiplicidad de giles): “Ametrallamiento de la superficie para
trasmutar el apuñalamiento de los cuerpos, oh psicodelia”. Y más. La frase
con la que se inicia esta vigesimosegunda
serie (los capítulos del libro de Deleuze son series de paradojas), es de Fitzgerald,
y puede describir a la perfección lo que pasó en la boca de Cesar Aira, más no
en sus novelitas: “Evidentemente, toda
vida es un proceso de demolición.”
Lo que en los Cantos de Maldoror (esa caja negra del
vuelo y del estrellamiento de un yoruga, de un yo-oruga, conocido como el Conde
de Lautréamont) se dice de los dientes y de la locura, mejor leerlo en persona.
Para muestra de por dónde hace salir a sus cantos el conde, nacido como Isidore
Duchase, vamos con esto: “¿A dónde ha
ido este primer canto de Maldoror desde
el momento en que su boca, llena de hojas de belladona, lo dejó escapar…?” ¡Ojo!: esa lectura trae caries físicas y mentales.
Pacto de amor, la
película que filmo Cronemberg sobre el tema del doble, lo tiene a Jeremy Irons
haciendo de dos gemelos dentistas muuuy limados. Una recomendable enfermedad
placentera, epicúrea. Se cura con reposo.
Son numerosísimos los ejemplos de
este cruce desfavorable para la dentición que se pueden encontrar en las
páginas y en las biografías de los escritores. Por ejemplo: la
dentadura postiza más cara de la literatura de estos tiempos, y la más
comentada en las revistas del gremio, es la de Martín Amis, el escritor ingles,
niño terrible, pornógrafo y políticamente incorrecto, cuna de oro literaria
(es el hijo del escritor de la corona
Kingsley Amis). Después de implantarse la nueva dentadura, se ve que el
británico se sintió más cánido que nunca, porque a su nueva novela le puso Perro
callejero. Espuma rábica champañoza y ladrido pornográfico, desde la porcelana millonaria.
Sí, me pregunté en su momento lo
mismo que seguramente se preguntarán ustedes: ¿Por qué tanto mambo con el
asunto de los dientes?
2 / Tratamiento de conducto
Se extirpa la raíz (por succión),
y el hueco que queda, es rellenado con un material artificial, un cemento.
Luego se pondrán fundas que tapen, renovando la imagen del ex-diente, renovando
la sonrisa tan necesaria, el simpático escudo. El tratamiento de conducto es,
en literatura, todo un tratamiento de conducta. La trilogía de Henry Miller,
sin ir más lejos, llamada La Crucifixión
Rosa (Sexus, Plexus y Nexus)es
un tratamiento de conducto, igualito al que acabamos de describir. Por si
quedaran dudas, si buscan mill en un
diccionario de inglés, dirá algo así como: molino, fábrica, taller, moler,
triturar, aserrar. Cualquiera que haya atravesado por la experiencia de un
tratamiento de conducto sentirá la conexión de estos sonidos, el sentido
albergado en estas palabras. El escritor norteamericano que emigró a París para
escribir el último libro y vivir la vida del pigmeo, ya estaba listo, con reforzada dentadura
de lobo, para devorar páginas y escribir sus Trópicos.
Después están los dientes con conducto, que tanto le han
reportado a la historia de la literatura: hablamos, claro, aunque mejor no tan
claro, de los colmillos del vampiro. Los dientes con conductos de sangre. La
extraña conducta. Por los conductos de la historia, esta
topera, por el hormiguero que se presume dios, algo avanza, se escande al
vacío, vino o veneno. Vino es
veneno. Y los dientes, cariados, intentando hacer segmentos. Segmentarizar,
segmentalizar. Poe mordió a Baudelaire. Baudelaire mordió a Verlain y a
Rimbaud, que también se mordieron entre ellos, y mordieron a Mallarmé, que debe
haber mordido a un inmigrante de la
Europa del este, a un Dada. Alfred Jarry se mordió a sí mismo; aunque se dice que los
mordió telepáticamente a Artaud y a Jean Cocteau. Etcétera. El resto es
pandemia.
3 / Extracciones
De Lo cristalino, relato de Fowill (2008). Situación
dentaria social. Un pintor reflexiona, con la gelidés canchera típica de
Fowill, sobre la cubierta de un barco frente a los glaciares de la patagonia,
después de ver a unos turistas-ancianos norteamericanos sonreírse los unos a
los otros:
“Entonces descubrió los dientes: los jóvenes tenían dentaduras normales
y relativamente bien cuidadas, en cambio los viejos mostraban bocas de una
exagerada perfección, efectos de las prótesis y las coronas de porcelana que
recubrían sus dientes opacados por el tiempo. Era algo natural: a la edad en
que la propia dentadura decae, decaen también los desafíos de la vida y las
posibilidades de seguir ascendiendo socialmente y de competir en el mercado
de los valores convencionales. Entonces
las mascaras dentarias, la cirugía y las prótesis bucales serian el medio más
eficaz para producir algún cambio en los efectos que uno produce sobre los
otros: vos sonreís y el otro te sonríe y su respuesta estimula más ganas de
sonreír a la edad en que los ahorros y la nueva dentadura son los últimos
motivos de satisfacción que te quedan.”
Del libro de Daniel Durand Ruta
de la inversión (2007), el poema Miro la luna mientras se me caen los
dientes. Situación dentaria individual. En este breve poema, el escritor de
Concordia, Entre ríos, traductor de Tu Fu, ubica en la estantería del deterioro
al ancho tomo del tiempo. Al paso de
ese río, que se lleva sus piezas dentarias, lo saluda como un buen poeta chino,
mirando la pálida esfera nocturna. Y de paso cañazo, como plus, la experiencia
física, sensible, de desdentarse, refiere a cierto quehacer poemático:
“ Es jueves mañana tendré 43 años,
arriba me
quedan sólo cinco dientes
que se mueven, todo el tiempo los aflojo…
muevo y
remuevo con la lengua, a eso me dedico…
muevo el diente flojo, lo aflojo
hasta que de
tanto movimiento
los lazos se
van cortando, los nervios se van muriendo…
la muela al
fin cede a la presión de la ansiedad
y sale, es
arrancada, finalmente…
miniaturas
del alma,
muelas que
van cayendo
de mi boca…
Por estos
días remuevo
El colmillo
derecho que todavía tengo…
La luna llena
de hoy atraviesa la noche,
Mañana
ocurrirá el mismo espectáculo
cuarenta y cinco minutos más tarde
con mucho
menos fulgor…”
De A propósito de dientes, relato del libro Corazón doble de Marcel Schwob. Un tipo que acaba de fumarse un
puro es abordado en la calle por un desconocido que lo advierte del peligro de
que una gingivitis alveolar infecciosa ataque sus dos incisivos que ya están
cariados. El tipo abordado le responde con la historia de un pariente suyo que
en una batalla frenó una bala que iba directo al cerebro con los dientes, mordiéndola.
Así y todo, termina aceptando temeroso la invitación que el desconocido le hace
para su consulta: se trata, luego nos enteraremos, del Dr Esteban Winnicox,
cirujano dentista. Apenas transpuesta la puerta del consultorio, se sucede una
grotesca intervención con la mediación de los últimos avances en el tratamiento
de las caries (estamos a finales del siglo XIX). Agujeros con tornos a vapor,
soldadura y laminado de oro, y hasta un martillo neumático, son de la partida. Todo
para que, luego de romperle y vaciarle los dos incisivos al tipo del puro, el Dr
Winnicox se de cuenta de que, lo que el había visto en la calle como caries,
eran pequeños trozos de hoja de tabaco. Así y todo, le comunica a su paciente que
va a cobrarle por las cuatro horas que han pasado, 200 francos. Cuando el (cada
vez menos) paciente se abalanza sobre
el doc, con el martillo neumático en las manos, dispuesto a vengarse, se da
cuenta de que el Dr Winnicox… no tiene dentadura. El cuento termina con unas
reflexiones de Schwob sobre la verdadera naturaleza de las ocupaciones: “Ahora me doy cuenta de por qué los fabricantes de pelucas son
calvos, por qué los barberos son lampiños y por qué los músicos que inflingen a
nuestros oídos las más refinadas torturas, gozan de una precoz sordera. (…) Son así para que los clientes no puedan
vengarse”. En el último párrafo, el protagonista decide irse a vivir a
América con los indios Siux, prometiendo volver con su tomahawk (hacha de piedra) para arrancarle el cuero cabelludo a
Esteban Winnicox. Eso sí, teme de que este se haga peluquero.
De Amuleto (1999), novela de
Roberto Bolaño. En esta novela corta del chileno, como diría William
Shakespeare, el tiempo se ha salido de
sus goznes. Auxilio Lacouture, una poeta uruguaya residente en México, que
se presenta como la madre de todos los poetas mexicanos, pasea por el tiempo,
en ambos sentidos, en amplios sentidos, hacia su pasado y hacia su futuro, “como si hubiera muerto y contemplara los
años desde una perspectiva inédita”, desde un presente
en los baños de la UNAM (Universidad Nacional de México) durante los trágicos incidentes
de septiembre del 68, mientras los granaderos (la cana) entran y reprimen, más
a siniestra que a diestra, en toda la universidad. Muertos por el ejército:
unos pocos en las facultades, muchos en la plaza de Tlatelolco. Auxilio está
escondida en el wc, sentada en el inodoro, y se hace a la idea de que va a
tener que pasar un buen rato ahí. Su primer pensamiento para ganar tranquilidad
es para sus dientes perdidos, temática que refleja al propio autor de Amuleto y su mala relación con las
teclas de la boca:
“Me puse a pensar, por ejemplo, en los dientes que perdí, aunque en ese
momento, en septiembre de 1968, yo aún tenía todos mis dientes, lo que bien
mirado no deja de resultar raro. Pero lo cierto es que pensé en mis dientes,
mis cuatro dientes delanteros que fui perdiendo en años sucesivos porque no
tenía dinero para ir al dentista, ni ganas de ir al dentista, ni tiempo. Y
resultó curioso pensar en mis dientes por que por una parte a mí me traía sin
cuidado carecer de los cuatro dientes más importantes en la dentadura de una
mujer, y por otra parte el perderlos me hirió en lo más profundo de mí ser y
esa herida ardía y era necesaria e innecesaria, era absurda. Todavía hoy, cuando
lo pienso, no lo comprendo. En fin: perdí mis dientes en México, como había
perdido tantas otras cosas en México (…)
Y la
perdida trajo consigo una nueva costumbre. A partir de entonces, cuando hablaba
o me reía, cubría con la palma de la mano mi boca desdentada, gesto que según
supe no tardó en hacerse popular en algunos ambientes. Yo perdí mis dientes
pero no perdí la discreción, la reserva,
un cierto sentido de la elegancia .La emperatriz Josefina, es sabido, tenía
enormes caries negras en la parte posterior de su dentadura y eso no le restaba
un ápice a su encanto. Ella se cubría con un pañuelo o un abanico; yo, más
terrena, habitante del DF alado y del DF
subterráneo, me ponía la palma de las manos sobre los labios (…)
Podían decir (y reírse al decirlo): ¿cómo
consigue, Auxilio, aunque tenga las manos ocupadas con libros y con vasos de
tequila, llevarse siempre una mano a la boca de manera por demás espontánea y
natural?, ¿en dónde reside el secreto de ese su juego de manos prodigioso? El
secreto, amigos míos, no pienso llevármelo a la tumba (a la tumba no hay que
llevarse nada). El secreto reside en los nervios. En los nervios que se tensan
y se alargan para alcanzar los bordes de la sociabilidad y el amor. Los bordes
espantosamente afilados de la sociabilidad y el amor.
Yo perdí mis dientes en el altar de los
sacrificios humanos.”
En una de las últimas
conferencias que dio Roberto Bolaño, titulada Literatura + Enfermedad = Enfermedad, recogida en el tomo El gaucho insufrible, y a propósito del
disparador enfermedad y viajes, el escritor hace balance del desgaste de su
salud acarreado por una vida de intemperie y nomadismo (vida que volvería a
repetir, según escribe, páginas más adelante, alrededor de un poema de Mallarmé):
“Resultado: De niño, grandes dolores de cabeza que hacían que mis
padres se preguntaran si no tendría una enfermedad nerviosa (…) De adolescente,
insomnio y problemas de índole sexual. De joven, pérdida de dientes que fui
dejando, como miguitas de pan de Hansel y Gretel, en diferentes países (…)
Y más adelante, como para que no
parezca sólo la triste historia de alguien enfermizo:
“Incluso la perdida de dientes para mí era una especie de homenaje a
Gary Snyder, cuya vida de vagabundo zen lo había hecho descuidar su dentadura (...)”
4 / En torno
- El cantante de la banda
Gorillaz es un desdentado cool.
- En los 3 chiflados siempre hay
escenas de dentista.
- Wittgenstein, en alguno de sus
textos, da el ejemplo del dolor de muelas intransferible; doloroso solipsismo lógico.
- Jack London se arrancó algunas
piezas solo, durmiéndose la boca con nieve de Alaska.
- “Lo Irreparable roe con sus dientes malditos/ nuestra alma, triste
monumento, / y a menudo ataca igual que la termita, /al edificio por los
cimientos. / ¡Lo Irreparable roe con sus dientes malditos!”: Charles
Baudelaire, Lo Irreparable, Las Flores
del Mal.
- Los dientes, su fácil
degradación, son un punto flaquísimo en el diseño divino.
- Montaigne, en lo alto de la
torre anexa a su castillo cercano a Burdeos, en la que inventó el género
ensayístico, lidió con un persistente dolor de muelas.
Que pase el que sigue…
martes, 10 de enero de 2012
BARDEO Y RELANZAMIENTO DE ALEJANDRA PIZARNIK (2 APROXIMACIONES)
1 / Los escucha buscar a las afueras de un bosque
Primero una fábula supuesta: supongamos una
pequeña casa hecha de silencio y páginas de silencio, en las lindes de un
frondoso bosque. Hay un jardín en la entrada de la casa: son lilas. Rodeando el
terreno, colgadas de los árboles, medio enterradas, tiradas por el suelo,
paradas en suspenso, vemos incontables muñecas, en distintos grados de des-composición:
mutiladas, partidas, quemadas, ahuecadas (muñecas vaciadas como si les hubiesen
chupado el caracú), torcidas, entorpecidas, manchadas, rellenadas (insufladas:
entre otros materiales, látex negro), diluidas, destruidas. Ella, la que
construyó la casa de silencio, utiliza métodos-muñeca para sus desplazamientos
de subjetividad. Por ejemplo el de las mamushkas,
esas muñequitas rusas que están contenidas una dentro de la otra, y esta de
otra, y esta de otra... (Ella también
es hija de inmigrantes rusos). Ella es un yo
buscado y fugado. Nunca en casa, siempre hacia el bosque. Un yo hecho perdigones imantados por los
árboles y el vacío.
Una muñeca de esas que hablan con un disquito
en la espalda, podría titular al paraje como El árbol de Diana; y
luego podría intentar con El infierno
musical. Son bellos nombres después de todo.
Adentro, la casita tiene espejos. No, mejor
dicho, le gustan los espejos pero no puede tenerlos ahí porque los rompe. Ella,
la habitante ausente de la casa, la que supo tener amor por los espejos, ahora
sólo se multiplica en sombras. Sombras moran diseminadas por el bosque,
esperando en su reverso.
¿Cómo arribó la pequeña viajera a este lugar, a este bosque vaciado en la
disonancia? Supongámoslo. Suponemos que llegó siguiendo una música, en un auto-stop surreal, persiguiendo una búsqueda que
era música, hecha por un puñado de poetas, de camioneros malditos: sus bocinas, sus sirenas, sus cláxones (Lautreamont, Rimbaud, Verlaine, Valery,
Jarry, Freud, Breton, Artaud, sólo por nombrar los acoplados más significativos
en esta fábula de la viajada por la carretera perdida de la poesía). El
tránsito de la bruma, la persecución de la persecución, de un día para el otro,
eran El Plan.
¿Y qué buscaban los poéticos transportistas?:
una mujer; una oscuridad
transfigurada, una epifanía negra. Unas veces: desnuda aparecida en el bosque (Breton), otras: estatua onírica y de piedra
(Baudelaire). También un instrumento superior de visión, o un autómata que se caza
y cruza. Algunas veces a la mismísima Muerte. La tierra-muerte, la madre-muerte,
la muerte-muerte, con sus manos frías en un cuerpo caliente.
Así llegó al lugar para huirse. Este bosque.
Se internó entre los árboles, que bien podrían se (r) cadáveres (sola, ya que
los poetas se quedaron girando incesantemente en torno del bosque, como
fantasmas, sin conseguir introducirse), se fundió, o se confundió con el afuera,
con su ausencia la casa. Quiso ponerse en el lugar de la desnuda, en el de la
estatua onírica, en el de instrumento de visión, pero sólo se multiplicó fuera
de sí, plaga de sí, hiperextranjera, muda, y aún muda, cantó: Maniquí desnudo entre escombros. Incendiaron
la vidriera, te abandonaron en posición de ángel petrificado. No invento: esto
que digo es una imitación de la naturaleza, una naturaleza muerta. Hablo de mí,
naturalmente.
El encuentro no se concretó. Una triste
imposibilidad se impuso a las ganas de la persecución, a las ganas de seguir
con el viaje. No habrá reunión. Los poetas quedan estrujando vísceras
invisibles delante de sus propios ojos, rodeando el bosque, sin entrar nunca,
en un panicódromo, tomados por la
locura, empotrados en la fiebre y en el delirio que esta conlleva. Mientras Ella
se aleja, de la manera más rotunda: convirtiéndose en lejanía. Se borra,
desaparece en los límites del bosque: La
canción desesperada no puede decirse. La materia verbal errante no cesa de
emanar del centro que no es centro, del mareo de las flores auríferas imbuidas
del oro de los buscadores de oro.
Hay voces de otros desperdigadas en las copas
de los árboles: su Palais du Vocabulaire. Y la casa, con su ausencia
sentada en una silla, con puertas de sed, con un jardín de lilas. Y el bosque,
lugar que habitará en forma de múltiples muñecas, en forma de vacío lleno de
máscaras, y en forma de noche. Talvez, más que nada, de noche. Toda la noche escribo para buscar a quien me
busca. Los escucha buscar a las afueras de un bosque: son los poetas/camión con acoplado que siguió. Parecen
roedores con escafandras de palabras (en algunos casos directamente de gruñidos);
buscan cerca de la ruta, sin conseguir entrar al bosque. Y en las lindes: Ella,
sonámbula, recuerda que sigue ahí, entre la floresta. Hablo como en mí se habla. No mi voz obstinada en parecer una voz
humana sino la otra que atestigua que no he cesado de morar en el bosque. Esa
búsqueda es música. Palabra por palabra yo escribo la noche...Un
viento demente me desmiente. Me confino...no sé otra cosa que la noche
oscura... en la noche del corazón / en el centro de la idea negra... Ella,
será una bella durmiente trazando los mapas de una pesadilla. Será una
caperusita roja, con colmillos de lobo en las manos en lugar de uñas, para
arañar mejor el blanco de la página, en el centro de la pulpa, con esos
pequeños poemas. Poemas negros arañados en el centro pálido de una página. Un
cine invertido: si el cine convencional es luz proyectada sobre sombra, el de
sus poemas es un cine de sombra proyectada sobre luz.
Luego, las partículas de luz negra fecundan
el bosque, ahora desaparecido (porque ya
no hay lugares a donde ir, porque ya no hay quien valla), poblándolo de sombras tan
densas como una presencia, con órdenes expresas de permanecer ocultas. Ella
está por todos lados y no está en ninguno. No hay plan. Ya no. Y las ramas
dicen, en el eco de la chica perdida más ubicada: Grietas en los muros / negros sortilegios / frases desolladas / poemas
aciagos. Y también dicen: hablará por
espejos / hablará por oscuridad / por sombras / por nadie. Alejandra será
unos Hansel y Gretel con diabetes.
2 / Una patotera con miedo
La actitud es de enfrentamiento, es en contra. A medida que Alejandra
Pizarnik va publicando su obra, se suceden las máscaras, que a veces llegan al
grado de escudos de choque. Primero es una muda que dice su imposibilidad de
decir, una especie de prima o sobrina de Artaud (del Artaud de los tres
primeros libros al menos, antes de que Antonin comenzara a hablar directamente con
el cuerpo, en gruñidos y onomatopeyas). Después, Ella es el silencio, es decir, se auto-produce como silencio, las suyas son palabras desde el silencio, que la hacen hablar para callar; tal la
fonotopía. Y siempre ahí esa tristeza, como emisión de fondo. Siempre es de
noche en el poema, y el poema es la cápsula (por lo general pequeña, pulida al
frío, con herramientas de cristal, o de hielo) en la que refugiarse del día; un
ataúd para la luz. Y esa noche es inmensa al tacto, tiene
algo así como una sed de morada, de refugio. La noche se le cierra como agua sobre una piedra / como aire
sobre un pájaro. Mientras tanto, ella se ubica en la distancia que hay de
la mano al vaso, y espera. Los trabajos y
las noches, la tienen como vampira de sí, romántica y saturnina. Más
adelante, intentos de extraer La piedra
de la locura. Invocaciones (sentidas como vagas e inútiles en el mismo
instante de su formulación). Desplazamientos
de la subjetividad: "yo" se cae,
yo se aleja, yo rebota, es comido y bebido y perdido, gastado y rechazado,
se muere, desaparece cubierto por una maleza que crece, es tapado por una música
que se va poniendo estridente, disonante. Es acá en donde comienza otra fase.
Ella y su obra. El infierno musical.
Es una
diferencia de velocidad lo que la ha extirpado de la música, dice, lo que la arroja en la disonancia: se multiplica en
estruendos y sombras, con la arritmia del desasosiego. Sus herramientas mutan de
mascaras a esperpentos. La silenciadora se pone poliglota y bizarra, se
despliega (surgen largos textos en prosa, malvados y mutantes), en lo mucho, en lo demasiado. Una multiplicidad asechante se disemina. El silencio se va con lo
multiple, y en la bombardeada trinchera del yo,
quedan los aullidos destrozados, unas palabra que duelen; me comería la lengua, aúlla. Sí, ella se patotea a ella; y a través
de ella, al mundo. Una guerra civil entre lo uno y lo multiple, por entre, detrás
de las tripas, o vista a través de las tripas trémulas y moribundas, con
personajes (ni tan sujetos ni tan objetos, ya que un sueño desase los contornos)
que la pelean, la efectúan a esta contienda. Sumisa la niña muda / que habla en mi nombre, / me sierro, me defiendo,
/ cuando las cosas, / como hordas de huecos, / vienen a mi terror. El
terror es para entonces su mejor enemigo, y ella no para de cantar su fuga
(entonces, más que nunca, en el sentido de
fuga de gas... que en cualquier momento explota). Fuga en esa pluralidad
que exige el sacrificio de lo homogéneo, del centro, de lo único: esta
multiplicidad es sustantivo y no adjetivo. No para de desollar muñecas con su
rostro. De minar el campo. De esperar en lo oscuro con la valentía del miedo: Y qué vas a decir / voy a decir solamente
algo / y qué es lo que vas a hacer / voy a ocultarme en el lenguaje / y porqué
/ tengo miedo. La actitud es dura, es de bruja. Su guerrilla comienza a funcionar en sombras que son espejos que
finalmente no son nada. O son dolor, o su intento ventrílocuo de que este cese.
Como en esa canción de Bjork, en donde
amenaza que no se metan con ella porque se van a encontrar con un "ejercito de míes" (Army of me), se desdobla y multiplica. Pero en nuestra poeta la disonancia y
lo multiple no llegaron a manifestarse en esplendor festivo, exótico, o de
reivindicación fina, dulce y ambigua de lo plural (propio o impropio) como en
la cantante trip-pop islandesa. En
nuestra poeta, el ejército de míes estaría
formado por muchas Janis Joplin; y no sería un ejército, sería una guerrilla,
unos vietcongs de la mente. También unas
lobas en lo profundo del bosque, aullando. Escribe Alejandra para una Janis
recién muerta en 1972: A cantar dulce y a
morirse luego. / No: / a ladrar. / así como duerme la gitana de Rousseau. / así
cantás, más las lecciones de terror. / hay que llorar hasta romperse / para
crear o decir una pequeña canción, / gritar tanto para cubrir los agujeros de
la ausencia / eso hiciste vos, eso yo. / me pregunto si eso no aumentó el
error. / hiciste bien en morir. / por eso te hablo, / por eso me confío a una
niña monstruo. Las comparaciones con estas manipuladoras sónicas no son
caprichosas, porque para nuestra poeta, el problema es, principalmente,
musical. Música, Disonancia y Silencio.
¿Y la noche no funde, el mar no funde? Esos
fueron deseos del poema, de su silenciante música, más de una vez: que termine
el egoducto y que comience un mar, una linda brisa nocturna, un balneario de las uniones posibles. Y entonces: ¿por qué esta guerra
interna en donde vemos relativamente poco el enfrentamiento, la batalla en
sí, y vemos mucho sus ruinas automáticas? Los polos ezquiso y paranoicos, aquí,
revientan en la tensión de un pretérito hueco. Eso duele, tanto como una de
esas ruedas con las que estiraban/torturaban a las brujas (ese hueco es la información que no está y
que el inquisidor quiere saber). La bruja es la loca, la loca es la bruja, y
esto lo sabe de sobra nuestra poeta; la poesía se desespera: Me van a morir (¿Otra suicidada por la sociedad?).
Ella se pregunta si no habrá sido un error
cubrir los agujeros de la ausencia. Mmmm. Si es por buscar el error en el destino de nuestra poeta, volvemos a lo dicho en la
fábula supuesta del principio: No insistió con la persecución de la persecución,
no continuó con el viaje, con la multiplicación de los lugares. Donde vio
agujeros de la ausencia, bien pudo preferir ver (oír) los pasadizos, los
túneles subacuáticos, a un mar
navegable, reemprender el viaje. Seguir. Seguir.
De hecho, la propuesta estuvo. La Bucanera de Pernambuco o Hilda la
Polígrafa ¿qué es?, ¿conjunto de prosas deformes?, ¿novela?, ¿juntadero de
papelera ezquiso?, ¿poema desborde? Para nosotros, una posible salida, del
sufrimiento y de las ganas de morirse, además de una de las más chispeantes novelas
malditas de la literatura argentina
(sea lo que sea esto último) junto con Tadeys,
de Osvaldo Lamborghini. La Bucanera Hilda reemprende la marcha. Es casi el
reverso de la Janis loba rota que se aturde con sus aullidos en el borde del bosque
hasta su triste oclusión. Ella podría haber transformado a esas sombras que
golpean, (nada sino golpes / y se ha
llorado...), que aparecen en los poemas de Textos de Sombra (ese conjunto de poemas de edición póstuma escrito
por la caperusita loba triste del bosque), en la tripulación trashumante y
bocafloja de la embarcación de Hilda la Polígrafa.
Ahí estuvo su batalla fría final:
Hilda o Sombra. Dos replicas de nuestra poeta con forma de umbrales.
Quizás, la cosa fue el lado del que se ubicó
con respecto a lo que es Buscar: No es un verbo sino un vértigo. No indica acción. No quiere decir ir al
encuentro de alguien sino yacer porque alguien no viene.
Es invitada
a ir nada más que hasta el fondo. Una vez más, finalmente y para siempre,
se anochece. Ahora más que nunca, la noche.
La noche soy y hemos perdido. / Así hablo yo, cobardes. / La noche ha caído y
ya se ha pensado en todo. Elige
yacer con Sombra. No saldrá por los mares a buscar tesoros con Hilda, ni a
multiplicarse en sus propios Viajes de
Gulliver en plan de farra. El de su
voz es un recuerdo que me hace perder el conocimiento frente a esta conjunción
celeste y verde de mar y cielo / Yo preparo mi muerte, dice. ¿De quién es
esa voz que la hace perder el conocimiento, rechazar el viaje bucanero y
preparar su muerte? No sabemos, talvez no importe. Sólo su voz, o una voz. Y nada será tuyo salvo un ir hacia donde no
hay dónde.
En septiembre de 1972, el día 25, nuestra
poeta, la maquina literaria denominada Alejandra Pizarnik, se apagó
voluntariamente. En su cuarto de trabajo se encontraron unas... raras plegarias
(criatura en plegaria, había escrito). En un papel, sobre su mesa, se lee: En el centro puntual de la maraña / Dios, la
araña. Y en un pizarrón, escrito con
tiza: Criatura en plegaria / rabia contra
la niebla...Y también: Escrito / en /
el/ crepúsculo...y después, más abajo: Oh
vida / oh lenguaje / oh Isidoro...Se refiere a uno de los poetas que siguió
al bosque, al fondo de la noche, Isidore Ducasse, llamado el conde de Lautréamont. Así, con sus maquillajes de ausentes, tal
vez se encuentren, por fin, en el fondo de un silencio lejano.
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