martes, 31 de enero de 2012

La máquina Bolaño



Vértigo de la desertificación.

Es bastante conocida esa Nada que atrae a los poetas, que los abduce. Famosa esa inactividad que les muerde los talones, amenazándolos siempre con tragárselos a ellos y a su escuálida obra, sumergiéndolos en la inexistencia. Esa Nada es, básicamente, un lugar: un desierto. Y los poetas habitan ahí a costa de un vértigo constante. Vértigo de pasaje podríamos llamarlo, en función de un catálogo imaginario de vértigos. Vértigo del pasar de habitar el desierto a ser el desierto.

Aclaración necesaria: no hablamos acá, ni de la muerte, ni de su pulsión; ni de autismos literales, comatosos. No. Autismos literarios, quizás.

Este desierto está vacío de acciones. Es lo inanimado lo que tira. Pero, paradójicamente, en su forma activa: la inanimación, lo inanimante. Lo que empuja hacia alguna parte sin la más minima esperanza de nada. Escribir o no escribir, dat de cuéstion. Que en literatura, ustedes ya se dieron cuenta, equivale al famosísimo interruptor shakesperiano (ser o no ser).

Sí: ontología de morondanga el poeta. Vecino del místico, pariente no tan lejano del anacoreta. Por supuesto que no nos referimos con esto al tono del poeta, más bien a su condición, o mejor, a su situación. Al dónde. Ya dijimos: esto es habitar con vértigo el desierto. Vértigo parecido, ahora que se nos ocurre, al sopor. A modo de ejemplo: a ese vértigo de las alturas (un clásico), crúcenlo con la narcolepsia: imaginen el resultado… ahí tienen algo parecido a ese desierto que, medio que habitan / medio que se les viene encima a los bardos. Y esto trae a cuento eso de que la diferencia entre un poeta y un filósofo es que el poeta duerme más.    

Tres que se adentraron en La Inacción; cada uno en su estilo. Tres que cesaron, secaron la fuente, y a otra cosa mariposa. Tres que dejaron de escribir:

1 / El nene Rimbaud: después de dos conjuntos de poemas y un poco más, el joven poeta maldito se hartó, sobre todo, de su poesía de profeta ebrio de monaguillo con fiebre, y acto seguido, se puso a realizar más de un tópico de su poemario. Su Yo es otro se hizo carne. El agitado siglo XIX está terminando entre convulsiones. Se fue de mambo, dirían ahora del joven Rimbaud y del siglo. El autor de las Iluminaciones se convirtió en salvaje, en algo así como un pirata, o en una especie de “agente Kurtz”, de El corazón de las tinieblas, la novela de Conrad (talvez les suene más en la versión “coronel Kurtz”, del film Apocalipsis now, interpretado por la cabeza -exclusivamente por ese apéndice corporal- de Marlon Brando). El niño Rimbaud, que ya era bastante movedizo, apenas cumplidos los 20, se piro y renegó de todo lo antes escrito. Después no hay certezas de sus paraderos. Chispazos de ubicación, apenas. En Chipre, de capataz. En medio oriente, expedicionario. En Alejandría, apenas se cuenta que lo vieron. En África, en Abisinia, tráfico de armas, de esclavos. Habitó el desierto posta. Viajó en camello posta. El nómada es, más que otra cosa, desértico. Rimbaud muere a los 37 años y 20 días. Llevaba cerca de 20 años sin escribir un verso. En los últimos tiempos, al hablar de su obra juvenil, solía decir: Eran enjuagaduras.       

2 / Juan Rulfo: escritor mexicano. Si el “Boom Latinoamericano” de los 60 fuese una foto, el saldría pequeñito, misterioso, a un costado. Sólo dos libros: un conjunto de cuentos, El llano en llamas, y una novela corta impecable, Pedro Páramo. Luego, el silencio. Surgen algunas dudas. ¿Cómo alguien sin demasiada instrucción, hijo de campesinos, escribió esas obras, sutiles y profundas? Lo de su parate posterior es muy sospechoso, dijeron algunos malpensados. Esas dudas, después de todo, son requetecontraparecidas a las que siempre les tuvo Europa a sus excolonias.  Lo único que espera la desconfianza es la subordinación. Algo así como la relación entre el Varón Frankenstein y su criatura; Gepeto y Pinocho; el rabino y el Golem. Lo que si consta, es ese silencio (ese páramo) que protagoniza su novela, y su obra. América, el continente descubierto (como quién destapa algo y encuentra un pozo; o peor, lo excava). El espacio de su retirada.

3 / Salinger: un profesor con llegada a los alumnos, en la época dorada de los campus norteamericanos. Editan su novela de culto a finales de los 50, El guardián en el centeno o El cazador oculto (depende la traducción que les haya tocado en suerte. Recomendamos la de Pedro B. Rey, El cazador…, en ed. Sudamericana, que mal no está). Qué  más, sí, su entrañable saga de los hermanitos Glass (Cristal, Vidrio), constituida por unas novelas cortas (o relatos largos). Levantad carpinteros la viga maestra es una buena puerta de ingreso al mundo de los hermanitos de vidrio. Y también hay un conjunto de cuentos, 9 cuentos para ser exactos. Pero el nombre de los hermanitos de su saga nos advierte algo. Nos dice sobre una fragilidad. Es ese vértigo del desierto, abalanzándose. Búsquedas en la poesía zen, en el Tao. Salinger tiene vocación de místico. ¿De escapista fuga mundis?, talvez. Se pierde, más que seguro que con una biblioteca haciéndole de camello para la travesía de la desaparición. Y no publica más. Nada. Se dice que sigue escribiendo, pero escondido, para no publicar. De todas maneras, de la vida pública, de publicar, se fue. Se va secreto. Se pierde en el vacío lleno, de a poco. Se pierde, tenue, tácitamente canchero...  



A todo esto, ¿y Bolaño?

 Ya llegamos. Paciencia, que como decía el joven pálido Kafka: “Todos los errores humanos son fruto de la impaciencia, cof, cof,  interrupción prematura de un proceso metódico”.

El escritor, el poeta (como para no cortar el enfoque), es el primer habitante de un desierto, que es su obra en formación, y su vacilación gigante, sus ganas de nada, sus, a veces, desesperadas ganas de asir la nada. También está su trascendencia en estado larval.  Abismo y creación. Adán de su hipotálamo. Robinson de la isla de su cráneo.

El reconocimiento a Roberto Bolaño, según algunos, le llegó tarde. Para ese entonces el escritor nacido en Chile en 1953 ya sabía que tenía los días contados. Había emigrado con su familia de niño a México. Había vuelto a Chile en el 73, a dedo, atravesando Latinoamérica, para participar del gobierno-aventura popular de Allende. Cayó preso al otro día del golpe. Y zafó porque dos de los milicos habían sido compañeros suyos en la primaria. Para ese entonces, el entonces del éxito tardío con el Premio Herralde por su novela Los detectives salvajes, en 1998, ese escritor ya estaba acostumbrado a vivir en su desierto. Una soledad de cactus de quien ya poco espera.

Ese vértigo de la nada, propio del oficio, al encontrarse, al chocarse con la cuenta regresiva de la enfermedad que se intuye, se sabe terminal, deviene desesperación. Exactamente: no-espera. En más de una ocasión Bolaño debe haber pensado en que moriría siendo el único habitante de su obra. Y es justo ahí donde encara el último tramo; el que lo convertirá en leyenda (etimológicamente: lo digno de ser leído, conocido)

Se dice que Bolaño a veces se hace el tonto, el simple. Que despista con su meta-literatura, a lo Borges, y su crudeza fractal y vagabunda, a lo poeta Beat. Finge que está hablando de cosas triviales, mundanas, de opacidades de la vida en la sociedad moderna; y de fondo, detrás, se estremecen los grandes temas, los desgarrados temas, históricos, antropológicos, filosóficos, poéticos. Se estremecen, decimos, porque Bolaño escribe con la desesperación. Pero, ojo: él no languidece, ni pega un salto kierkegardiano de fe a lo Steve Wonder. No se entrega al desierto a lo santo, es decir, él solo frente a Dios, en un face to face, sin mundo. Nones. Su desesperación lo crispa. Lo acerca al combate. Se mete en el Unimov (¿se escribirá así?, ese vehículo militar pesado con orugas) de la Literatura. Bolaño ya no está solo en esta: forma parte de La Literatura. Agarra al mundo y lo mete comprimido en su desierto. Lo mete por la fuerza.  Puja de quien, incluso, o sobretodo, desde su desesperación, tiene algo para decir. Aún, en plena época de multimedios mudos, tiene algo que decir; con el Apocalipsis puesto de poncho.

El mundo es un desierto lleno de inscripciones geológicas. Y Bolaños, el pensador tectónico como dice uno de sus poemas, está ahí, leyendo crudo. Y a medida que lee, sueña; sueña mítico, sueña profético.

Si nos fijamos, de lejos, Bolaño parece un peleador callejero que en el barrio, en los monoblocs de la literatura, se hace llamar DJ Borges.

Como Borges Jorge Luís, Bolaño (que era ultrafanático del cegatón escritor), ingresa desde su vida de lector en la máquina literaria; es decir, en ese conjunto (no tan grande, por cierto) de metáforas que serían la historia del mundo, y sus variaciones, (como escribe Jorge Luis en su ensayo La esfera de Pascal). Ahora, bien. Borges, digámoslo, es un tilingo bibliotecario con alma de compadrito. Y Bolaños es un Borges beatnik; con algo de surrealista periférico (no europeo). Pero, a diferencia de la distancia aristocrática con respecto al mundo de Borges, y, a diferencia de la distancia dionisiaca y/o zen con respecto al mundo de los beatniks, Bolaños, se encastra en el mundo. Defiende el lugar de lo que él (siguiendo a Lihn) llama el escritor civil. Es decir, no aspira a ser un periférico, sino que le interesan los asuntos de La Polis; se foguea en el Ágora. Se mete de lleno en los combates por la verdad (en ese sentido, es un moralista, a lo Voltaire, escritor citado más de una vez en la obra del chileno). Y tal vez vaya más allá: Bolaño es fiscal…Y hasta policía. Sí. Es decir, no teme ponerse en ese, actualmente, antipático lugar, y hablar desde ahí en serio. Baste como ejemplo fixionál su cuento El policía de las ratas (en su libro El gaucho insufrible); es el relato en primera persona del sobrino policía de Josefina la cantora, el entrañable personaje del cuento de Kafka, mientras investiga una serie de crímenes en la comunidad de las ratas. Y como ejemplo real, en una entrevista concedida a la revista Playboy , poco antes de su muerte:
Playboy: ¿Qué le hubiera gustado ser en lugar de escritor?
Bolaño: Me hubiera gustado ser detective de homicidios, mucho más que ser escritor. De eso estoy absolutamente seguro. Un tira de homicidios, alguien que puede volver solo, de noche, a la escena del crimen, y no asustarse de los fantasmas. Tal vez entonces sí que me hubiera vuelto loco, pero eso, siendo policía, se soluciona con un tiro en la boca.  

Las mejores obras de Bolaño tratan de escritores, de lectores y de lecturas. Y a la vez, son obras profundamente vitalistas. Bastante vitalistas como para ser, sólo, obras de literato.

Los protagonistas de Los detectives salvajes son los poetas realvisceralistas Arturo Belano y Ulises Lima, nombres ficcionales detrás de los cuales se esconden las identidades de Roberto Bolaño y de su amigo y compañero mexicano de correrías poético-marginalotas, Mario Santiago, con quien en los años 70, en el DF, comandaron el movimiento Infrarrealista, con el que planeaban “volarle la tapa de los sesos a la cultura oficial”, junto a otras amenazas (por ejemplo, y era joda, claro: la de secuestrar a Octavio Paz: por aquellos años, poeta máximo del parnaso mexicano). Estos dos poetas, los de la novela, uno con el nombre del viajero: Ulises, el otro con el nombre del rey-caballero: Arturo, persiguen los rastros de una poeta mexicana de vanguardia de los años 20 llamada Cesárea Tinajero, de la que sólo han escuchado hablar. Esa mezcla de búsqueda, escape y persecución los impulsará a recorrer el mundo. Te la deja picando: Tinajero: Latina: América La Tinaja: nacida por cesárea. Algo así.  Literatura y exilio, para Bolaño, son caras de la misma moneda.

En su novelón póstumo, 2666, vuelven a aparecer los perseguidores de un autor misterioso en constante fuga, los lectores de un escritor en constante truco de aparición y desaparición. En esta ocasión, son cuatro críticos literarios (el francés Pelletier, el español Espinoza, el italiano Morini y la inglesa Norton) quienes van tras las huellas de Beno von Archimboldi, el enigmático escritor alemán cuya fama está en aumento en el mundo de las letras, a quien nadie conoce en persona. Terminarán su búsqueda en el desierto de Sonora (límite de USA con México), en la ciudad de Santa Teresa (máscara de Ciudad de Juárez), sin éxito, ya que Archimboldi no dará ni rastros. O lo peor, sólo dará eso: unos cuantos rastros a modo de jeroglíficos. En ese momento, el novelón (de 1119 páginas), no hace más que comenzar. La ciudad de Santa Teresa viene siendo escenario de una larga serie de crímenes con un grado de atrocidad extremo: mujeres, en su mayoría jóvenes. Torturadas, mutiladas y violadas; antes y después de muertas. Estos crímenes están en el centro del misterio del mundo, dirá uno de los personajes. (Este importante elemento de la novela está sacado de datos periodístico-policiales reales: durante la década del 90, en Ciudad de Juárez, comenzaron los crímenes sistemáticos de mujeres, crímenes en su mayoría sin resolver hasta el día de hoy; aunque buena cantidad de las sospechas terminaron cayendo sobre los carteles de droga que ganaban en esos años cada vez más y más poder en la región, de la mano del poder político.)Todos los protagonistas de las cinco partes del libro (partes pensadas como posibles novelas separadas por Bolaño) confluyen en esa ciudad enclavada en el desierto mexicano. Si bien la novela está repleta de personajes y de sus vidas, se recortan nítidos ciertos personajes centrales: los críticos, ya referidos, en viaje detectivesco de Europa a América; Amalfitano, un profesor de filosofía chileno, que termina viviendo en Santa Teresa solo con su hija española adolescente, mientras intenta no volverse loco; Fate, un periodista afroamericano que va hasta Santa Teresa a cubrir una pelea de box para un periódico de la comunidad negra; unos cuantos policías y otros cuantos narcos vinculados al poder de la ciudad; y el mismo Archimboldi, el misterioso escritor alemán, apropósito del cual, en la última parte de la novela, se recorre buena parte de la historia europea del siglo XX. Y claro, el desierto también es un protagonista en este novelón. El desierto de Sonora (lugar en el que, además, termina Los detectives salvajes) es el hueco que succiona al mundo, el desagüe entrópico, la boca negra de un Apocalipsis con fecha posible: 2666.

Como escribió el escritor argentino Gonzalo Garcés: si Macondo (la ciudad imaginaria de las ficciones de García Márquez) es para algunos algo así como el mito de origen de América Latina, la Santa Teresa de Bolaño, es el mito del final. Pero éstas son sólo aproximaciones. La densidad de la prosa de Bolaño (y a esto íbamos con todo este rollo del desierto en nuestro texto), pone en ese mambo con la aparición y la desaparición, con lo habitado y lo no habitado, en ese lugar desértico, poético, al mundo entero conocido. A las culturas (que necesariamente están escritas). La literatura, en su obra, es la vida misma con el vértigo de desierto encima.

En otra de sus novelas, Amuleto, de 1999, leemos una aproximación a la fecha (a ese año) del titulo de su novelón final. Es la protagonista de ésta novela, Auxilio Lacouture, una poeta uruguaya, quien cuenta cómo siguió una noche a Arturo Belano y a Ernesto San Epifanio en su caminata rumbo a la colonia Guerrero, en ciudad de México, adonde los dos poetas se dirigen en busca del llamado Rey de los Putos:
            Y los seguí: los vi caminar a paso ligero por Bucareli hasta Reforma y luego los vi cruzar Reforma sin esperar la luz verde, ambos con el pelo largo y arremolinado porque a esa hora por Reforma corre el viento nocturno que le sobra a la noche, la avenida Reforma se transforma en un tubo transparente, en un pulmón cuneiforme por donde pasan las exhalaciones imaginarias de la ciudad, y luego empezamos a caminar por la avenida Guerrero, (…)la Guerrero, a esa hora, se parece sobre todas las cosa a un cementerio, pero no a un cementerio de 1974, ni a un cementerio de 1968, ni a un cementerio de 1975, sino a un cementerio de 2666, un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato, las acuosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha terminado por olvidarlo todo.                

¿Quién fue, es, y será Roberto Bolaño? ¿Un escritor latinoamericano más? ¿Uno de esos compadritos caballerosos a los que les cantó Borges en su poesía, reencarnado en un chileno trotamundos fanático de Jim Morrison y con vocación de detective? ¿Un típico caso del morto qui parla -hit de ventas, Lázaro (re)animado con los hilos del Mercado?

Esto recién comienza. Por ahora, hay que leer. Hay tiempo hasta el 2666.

                                                          Desierto de Rosario, diciembre, 2008.

10 comentarios:

  1. me parece que el que tiene que dejar las drogas sos vos. nunca leo las cosas de otros blogs, pero vos sos espeshal. y no hay springfield en 50 años.-

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  2. etiquetas: fumar
    ..................
    vi eso ------- apa la papa.
    si fueras humano, te regalo una pipa

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    1. mirá que con mis patas delanteras agarro bastante bien eso que ustedes los humanos llaman pipa. es decir: me manejo. chauchassssss

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  3. Los poetas malditos, oooooooh. Es de muy cabrones (justificado por la historia y la publicidad), llamarse "poeta", pero así son ¿no? Son unos cabrones que dejan estampado el otro YO en papel.
    y qué análisis das con los pseudopoetas? esos que les queda grande el título, por equis motivos o porque simplemente la historia o la publicidad no los ilumina.
    El día pajero me está dejando dormida en mi escritorio.
    Un abrazo de oso desnutrido [éste es el mejor abrazo del universo hasta el fin de los tiempos (eh ahí el valor de lo que no vale mucho)].

    Adiós, vecino.

    Pd: Te respondí en mis propias tablas.

    Atte.
    G.

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    1. para mí, técnicamente,todos los poetas son pseudopoetas, tengan la fama que tengan; porque, en sí, la denominación "poeta" es una "tapadera", para definir-encubrir a seres inútiles (por lo general humanos) que lo poco y nada que aprendieron es a jugar con la lengua... y si son muy capos, hasta con un par de sentidos de las palabras...

      "dormida en mi escritorio"; es gerenta de alguna empresa?

      kiss

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  4. El cargo de gerente, todavía no está apto para mí, já, pero aún así, tengo mi propio escritorio.

    Pd: Como decía mi querida difunta novia Plath, "Prefiero a los médicos, a los abogados, a las parteras, cualquier cosa antes que a los escritores, son la cosa más narcisista que existe.

    I see you, vecino.-

    Atte.
    Gabriela.

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    1. yo también prefiero esos oficios nobles.
      de todas maneras me siento incapacitado para ejercer ninguno de esos oficios...

      y esto: si yo la agarraba a silvia Plath, a tiempo, le daba un par de chirlos para que se pusiera las pilas (y a la Pizarnik, lo mismo)...no me gusta que personas tan lindas me dejen solo en este mundo de mierda.... así de fácil...

      a lot of kisses

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  5. Así de fácil se conocen, de la misma forma se van o se pierden...
    Me atacaste con el Monstruo de los Kisses :P, te doy la revancha con el Throl de los Abrazos :D

    Atte.
    G.

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    1. lo de poner las pilas era "hipertexto": de una carta de cortazar a la pizarnik...

      evidentemente usted es mejor "poeta" que yo... (lo digo por lo lindo de su "catalogo de monstruosidades".

      kisses

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  6. Nací en un día comercialmente amoroso, algo tendrá que ver mi "poesía de ternura siniestra" porque rosa no es.
    En este último tiempo, ya no soy poeta ni psuedopoeta (escribo bien poco), ya no soy lectora (lo último que leí fue las contraportadas de un par de libros en una feria), ya no soy espectadora de eventos culturales (casi nunca leo los letreros o afiches, porque para eso debo parar y prefiero seguir mi camino), por este tiempo he dejado de hacer varias cosas que hace un par de meses hacía, lo que sigo siendo es una melancólica... porque nací llorando y moriré de la misma forma, aunque me sigan abandonando por alguien más luminosa y alegre, el resto de lo que me queda de vida.
    El café es más rico... mmm :)

    Adiós, mi vecino preferido.

    Atte.
    Gabriela.

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