sábado, 14 de enero de 2012

LITERATURA, CARIES


1 / Sala de espera

Hace unos meses se pudieron ver por un canal de cable (creo que por Encuentro) unas entrevistas a varios escritores famosos, o muy famosos; a verdaderos dinosaurios de la vieja escuela. Unas charlas en blanco y negro con los clásicos modernos, en las que se podía apreciar al objeto-persona en uso de todas sus facultades públicas. Además del contenido hablado y expresado en gestos por los escritores, en estas apariciones televisivas, una cosa llamó poderosamente mi atención: muchos de ellos (sin ir más lejos, dos referentes como son Julio Cortazar y Jean Paul Sartre) tenían la boca hecha un desastre: los dientes manchados y cariados, cuando no ausentes.

Y al ver esas dentaduras estragadas en la tele, me acordé de un par de escritores, actualmente en servicios, a los que vi en persona. De cerca y sonriendo: Cesar Aira y Federico Jeanmaire. Los dos con el mismo problema de Sartre, de Cortazar y de tantos otros. Una dentadura hecha bolsa, por la literatura.

¿Desidia higiénico dentaria por parte de los escritores? También podría ser que como todas las profesiones, la de escritor, trajera aparejada una que otra deformación patológica. Como los dedos del pianista, que se van haciendo artrósicos; como el labio del trompetista, que se va hinchando; como los deformes y cayados pies de las bailarinas; como los pulmones del minero, que se van convirtiendo con la piedrilla. Así, los dientes de los escritores se van amarilleando, cariando y cayendo. Y su espalda cría joroba, el cuello se les hunde en el pecho. Los famosos gajes del oficio, la famosa deformación profesional.

¿Será el trabajar con las palabras el que hace que los dientes, ahí tan cerca, en el filo de la boca, sintiéndolas pasar constantemente, sucumban a su acides, a su veneno?

Para el escritor francés Georges Perec, la letra hablada y la escrita no estaban tan distanciadas como uno se podría imaginar. Algo importante se mantiene. Y quizá sea eso, lo que se mantiene como emisión, el elemento corrosivo que posee el lenguaje, lo que tanto carea a los pobres dientes.

Perec, como muchos, se comía los libros. Y batalló con las caries como pudo. 

La literatura, como todo oficio sacrificado y peligroso, le cobra tarde o temprano al cuerpo la suma de sus pequeños, ínfimos, excesos. Caries, joroba... alcoholismo. Por supuesto, también están los problemas de la visión. No tenerla: quedarse ciego como Borges y Joyce. No controlarla: ver visiones como San Juan, Ezra Pound y Phillip K. Dick. Pero los dientes son un talón de Aquiles del literato. A menos que sea como dice Epicuro en sus Máximas capitales: “Las enfermedades muy prolongadas ofrecen en la carne aún más placer que dolor”. 

Podría ser. Qué masoca. Si lo pensamos unos segundos más, este lugar de patología placentera parece estar ocupado, en el campo literario, por La Locura; no por los desastres dentarios.

Pero cuidado: que los locos y la caída de los dientes son parte de un mismo kit, forman parte de un mismo conjunto.

En la institución psiquiátrica, languidecerá el trabado por la lengua. Con flores negras de maldad (porque sépanlo: las personas que sufren son malas: no pueden, ni quieren, ser buenas) cada tanto brotándole en el trato con los enfermeros y con las pocas visitas. Perderá una a una, o de dos en dos, todas las piezas, y las encías peladas serán la prueba de su derrota en la lucha por la supervivencia. Por eso, inversamente, la gigantesca sonrisa publicitaria, histérica, es la muestra de la voracidad de los tiempos: Predadores y perdedores.

En Doctor Pasavento(2005), una novela del escritor español Enrique Vila-Matas que trata sobre un escritor intentando desaparecer, alguien dice que en el mundo actual, en los albores del milenio, el lugar del poeta, es el loquero.

Comprobamos. Ahí está Artaud desdentado, hablando la lengua de las cañerías corporales, todavía enchastradas con la borra del peyote. Y ese centro corporal es lo que ulcera la boca. Las palabras vienen ahora del estómago, no más del cerebro. La bilis quema las encías y pudre los dientes.

Y Nietzsche como una cabra, hinchado y desdentado, inmóvil, en casa de su madre. Puteando a Sócrates y a Jesucristo en el interior del bunker quemado de su cabeza. Podemos ponerle uno de esos globos de pensamiento que aparecen en los comics, y dentro, escribir el anti-poema de Nicanor Parra, quien también bastantes problemas con su dentadura ha tenido, y que dice así: “Supongamos que es un hombre perfecto/ supongamos que fue crucificado/ supongamos incluso que se levantó de la tumba/ -todo eso me tiene sin cuidado-/ lo que yo desearía aclarar/ es el enigma del cepillo de dientes/ hay que hacerlo aparecer como sea”. Meses atrás de está decimonónica escena de historieta, una de las últimas voluntades del Federico Nietzsche, efectuada, fue intentar morder a un caballo, en el cuello, en la vía pública. La voluntad de morder.

Un capítulo de Lógica del sentido, libro del filósofo francés Gilles Deleuze, en el que se habla de Scott Fitzgerald, de su grieta (El Crack-up), en donde se habla de su Gran cañón y del alcoholismo y del fracaso, del esmalte de la superficie y de qué pasa cuando este se agrieta, se rompe y se profundiza un cráter, ese capítulo decíamos, se llama Porcelana y Volcán.¡En clara alusión a las caries en las muelas, a la mala dentadura, bucal y espiritual! Otra novela que se menciona en ese capítulo es Bajo el volcán, de Malcom Lowry, y otra imagen, la del título, que remite a una muela con un volcán de infección y dolor. En una página de esa novela, blanca como diente de leche, Lowry escribe: “Ivonne ardía en deseos de curar la roca desgarrada”. ¡Esa tal Ivonne seguro que es dentista! En el mismo capítulo se menciona la erosión del pensamiento declarada por Artaud; las caries en el alma del actor francés. Y en el final, un plano corto a Burroughs y su búsqueda de la gran Salud. Y luego, la enigmática frase de cierre de Gilles (que no era ninguna multiplicidad de giles): “Ametrallamiento de la superficie para trasmutar el apuñalamiento de los cuerpos, oh psicodelia”. Y más. La frase con la que se inicia esta vigesimosegunda serie (los capítulos del libro de Deleuze son series de paradojas), es de Fitzgerald, y puede describir a la perfección lo que pasó en la boca de Cesar Aira, más no en sus novelitas: “Evidentemente, toda vida es un proceso de demolición.”

Lo que en los Cantos de Maldoror (esa caja negra del vuelo y del estrellamiento de un yoruga, de un yo-oruga, conocido como el Conde de Lautréamont) se dice de los dientes y de la locura, mejor leerlo en persona. Para muestra de por dónde hace salir a sus cantos el conde, nacido como Isidore Duchase, vamos con esto: “¿A dónde ha ido  este primer canto de Maldoror desde el momento en que su boca, llena de hojas de belladona, lo dejó escapar…?” ¡Ojo!: esa lectura trae caries físicas y mentales.

Pacto de amor, la película que filmo Cronemberg sobre el tema del doble, lo tiene a Jeremy Irons haciendo de dos gemelos dentistas muuuy limados. Una recomendable enfermedad placentera, epicúrea. Se cura con reposo.
 
Son numerosísimos los ejemplos de este cruce desfavorable para la dentición que se pueden encontrar en las páginas y en las biografías de los escritores. Por ejemplo: la dentadura postiza más cara de la literatura de estos tiempos, y la más comentada en las revistas del gremio, es la de Martín Amis, el escritor ingles, niño terrible, pornógrafo y políticamente incorrecto, cuna de oro literaria (es el hijo del escritor  de la corona Kingsley Amis). Después de implantarse la nueva dentadura, se ve que el británico se sintió más cánido que nunca, porque a su nueva novela le puso Perro callejero. Espuma rábica champañoza y ladrido pornográfico, desde la porcelana millonaria.

Sí, me pregunté en su momento lo mismo que seguramente se preguntarán ustedes: ¿Por qué tanto mambo con el asunto de los dientes?



2 / Tratamiento de conducto

Se extirpa la raíz (por succión), y el hueco que queda, es rellenado con un material artificial, un cemento. Luego se pondrán fundas que tapen, renovando la imagen del ex-diente, renovando la sonrisa tan necesaria, el simpático escudo. El tratamiento de conducto es, en literatura, todo un tratamiento de conducta. La trilogía de Henry Miller, sin ir más lejos, llamada La Crucifixión Rosa (Sexus, Plexus y Nexus)es un tratamiento de conducto, igualito al que acabamos de describir. Por si quedaran dudas, si buscan mill en un diccionario de inglés, dirá algo así como: molino, fábrica, taller, moler, triturar, aserrar. Cualquiera que haya atravesado por la experiencia de un tratamiento de conducto sentirá la conexión de estos sonidos, el sentido albergado en estas palabras. El escritor norteamericano que emigró a París para escribir el último libro y vivir la vida del pigmeo, ya estaba listo, con reforzada dentadura de lobo, para devorar páginas y escribir sus Trópicos.   

Después están los dientes con conducto, que tanto le han reportado a la historia de la literatura: hablamos, claro, aunque mejor no tan claro, de los colmillos del vampiro. Los dientes con conductos de sangre. La extraña conducta. Por los conductos de la historia, esta topera, por el hormiguero que se presume dios, algo avanza, se escande al vacío, vino o veneno. Vino es veneno. Y los dientes, cariados, intentando hacer segmentos. Segmentarizar, segmentalizar. Poe mordió a Baudelaire. Baudelaire mordió a Verlain y a Rimbaud, que también se mordieron entre ellos, y mordieron a Mallarmé, que debe haber mordido a un inmigrante de la Europa del este, a un Dada. Alfred Jarry se mordió a sí mismo; aunque se dice que los mordió telepáticamente a Artaud y a Jean Cocteau. Etcétera. El resto es pandemia.    



3 / Extracciones


De Lo cristalino, relato de Fowill (2008).  Situación dentaria social. Un pintor reflexiona, con la gelidés canchera típica de Fowill, sobre la cubierta de un barco frente a los glaciares de la patagonia, después de ver a unos turistas-ancianos norteamericanos sonreírse los unos a los otros:

“Entonces descubrió los dientes: los jóvenes tenían dentaduras normales y relativamente bien cuidadas, en cambio los viejos mostraban bocas de una exagerada perfección, efectos de las prótesis y las coronas de porcelana que recubrían sus dientes opacados por el tiempo. Era algo natural: a la edad en que la propia dentadura decae, decaen también los desafíos de la vida y las posibilidades de seguir ascendiendo socialmente y de competir en el mercado de  los valores convencionales. Entonces las mascaras dentarias, la cirugía y las prótesis bucales serian el medio más eficaz para producir algún cambio en los efectos que uno produce sobre los otros: vos sonreís y el otro te sonríe y su respuesta estimula más ganas de sonreír a la edad en que los ahorros y la nueva dentadura son los últimos motivos de satisfacción que te quedan.”


Del libro de Daniel Durand Ruta de la inversión (2007), el poema Miro la luna mientras se me caen los dientes. Situación dentaria individual. En este breve poema, el escritor de Concordia, Entre ríos, traductor de Tu Fu, ubica en la estantería del deterioro al    ancho tomo del tiempo. Al paso de ese río, que se lleva sus piezas dentarias, lo saluda como un buen poeta chino, mirando la pálida esfera nocturna. Y de paso cañazo, como plus, la experiencia física, sensible, de desdentarse, refiere a cierto quehacer poemático:
                
                 “ Es jueves mañana tendré 43 años,
                    arriba me quedan sólo cinco dientes
                    que se mueven, todo el tiempo los aflojo…
                    muevo y remuevo con la lengua, a eso me dedico…
                    muevo el diente flojo, lo aflojo
                    hasta que de tanto movimiento
                    los lazos se van cortando, los nervios se van muriendo…
                    la muela al fin cede a la presión de la ansiedad
                    y sale, es arrancada, finalmente…
                    miniaturas del alma,
                    muelas que van cayendo
                    de mi boca…  
                    Por estos días remuevo
                    El colmillo derecho que todavía tengo…
                    La luna llena de hoy atraviesa la noche,
                    Mañana ocurrirá el mismo espectáculo
                    cuarenta y cinco minutos más tarde
                    con mucho menos fulgor…”


De A propósito de dientes, relato del libro Corazón doble de Marcel Schwob. Un tipo que acaba de fumarse un puro es abordado en la calle por un desconocido que lo advierte del peligro de que una gingivitis alveolar infecciosa ataque sus dos incisivos que ya están cariados. El tipo abordado le responde con la historia de un pariente suyo que en una batalla frenó una bala que iba directo al cerebro con los dientes, mordiéndola. Así y todo, termina aceptando temeroso la invitación que el desconocido le hace para su consulta: se trata, luego nos enteraremos, del Dr Esteban Winnicox, cirujano dentista. Apenas transpuesta la puerta del consultorio, se sucede una grotesca intervención con la mediación de los últimos avances en el tratamiento de las caries (estamos a finales del siglo XIX). Agujeros con tornos a vapor, soldadura y laminado de oro, y hasta un martillo neumático, son de la partida. Todo para que, luego de romperle y vaciarle los dos incisivos al tipo del puro, el Dr Winnicox se de cuenta de que, lo que el había visto en la calle como caries, eran pequeños trozos de hoja de tabaco. Así y todo, le comunica a su paciente que va a cobrarle por las cuatro horas que han pasado, 200 francos. Cuando el (cada vez menos) paciente se abalanza sobre el doc, con el martillo neumático en las manos, dispuesto a vengarse, se da cuenta de que el Dr Winnicox… no tiene dentadura. El cuento termina con unas reflexiones de Schwob sobre la verdadera naturaleza de las ocupaciones: “Ahora me doy cuenta de por qué los fabricantes de pelucas son calvos, por qué los barberos son lampiños y por qué los músicos que inflingen a nuestros oídos las más refinadas torturas,  gozan de una precoz sordera. (…) Son así para que los clientes no puedan vengarse”. En el último párrafo, el protagonista decide irse a vivir a América con los indios Siux, prometiendo volver con su tomahawk (hacha de piedra) para arrancarle el cuero cabelludo a Esteban Winnicox. Eso sí, teme de que este se haga peluquero.


De Amuleto (1999), novela de Roberto Bolaño. En esta novela corta del chileno, como diría William Shakespeare, el tiempo se ha salido de sus goznes. Auxilio Lacouture, una poeta uruguaya residente en México, que se presenta como la madre de todos los poetas mexicanos, pasea por el tiempo, en ambos sentidos, en amplios sentidos, hacia su pasado y hacia su futuro, “como si hubiera muerto y contemplara los años desde una perspectiva inédita”, desde un presente en los baños de la UNAM (Universidad Nacional de México) durante los trágicos incidentes de septiembre del 68, mientras los granaderos (la cana) entran y reprimen, más a siniestra que a diestra, en toda la universidad. Muertos por el ejército: unos pocos en las facultades, muchos en la plaza de Tlatelolco. Auxilio está escondida en el wc, sentada en el inodoro, y se hace a la idea de que va a tener que pasar un buen rato ahí. Su primer pensamiento para ganar tranquilidad es para sus dientes perdidos, temática que refleja al propio autor de Amuleto y su mala relación con las teclas de la boca:
           
“Me puse a pensar, por ejemplo, en los dientes que perdí, aunque en ese momento, en septiembre de 1968, yo aún tenía todos mis dientes, lo que bien mirado no deja de resultar raro. Pero lo cierto es que pensé en mis dientes, mis cuatro dientes delanteros que fui perdiendo en años sucesivos porque no tenía dinero para ir al dentista, ni ganas de ir al dentista, ni tiempo. Y resultó curioso pensar en mis dientes por que por una parte a mí me traía sin cuidado carecer de los cuatro dientes más importantes en la dentadura de una mujer, y por otra parte el perderlos me hirió en lo más profundo de mí ser y esa herida ardía y era necesaria e innecesaria, era absurda. Todavía hoy, cuando lo pienso, no lo comprendo. En fin: perdí mis dientes en México, como había perdido tantas otras cosas en México (…)
 Y la perdida trajo consigo una nueva costumbre. A partir de entonces, cuando hablaba o me reía, cubría con la palma de la mano mi boca desdentada, gesto que según supe no tardó en hacerse popular en algunos ambientes. Yo perdí mis dientes pero no perdí la  discreción, la reserva, un cierto sentido de la elegancia .La emperatriz Josefina, es sabido, tenía enormes caries negras en la parte posterior de su dentadura y eso no le restaba un ápice a su encanto. Ella se cubría con un pañuelo o un abanico; yo, más terrena, habitante del DF  alado y del DF subterráneo, me ponía la palma de las manos sobre los labios (…)
Podían decir (y reírse al decirlo): ¿cómo consigue, Auxilio, aunque tenga las manos ocupadas con libros y con vasos de tequila, llevarse siempre una mano a la boca de manera por demás espontánea y natural?, ¿en dónde reside el secreto de ese su juego de manos prodigioso? El secreto, amigos míos, no pienso llevármelo a la tumba (a la tumba no hay que llevarse nada). El secreto reside en los nervios. En los nervios que se tensan y se alargan para alcanzar los bordes de la sociabilidad y el amor. Los bordes espantosamente afilados de la sociabilidad y el amor.
Yo perdí mis dientes en el altar de los sacrificios humanos.”          

En una de las últimas conferencias que dio Roberto Bolaño, titulada Literatura + Enfermedad = Enfermedad, recogida en el tomo El gaucho insufrible, y a propósito del disparador  enfermedad y viajes, el escritor hace balance del desgaste de su salud acarreado por una vida de intemperie y nomadismo (vida que volvería a repetir, según escribe, páginas más adelante, alrededor de un poema de Mallarmé):

“Resultado: De niño, grandes dolores de cabeza que hacían que mis padres se preguntaran si no tendría una enfermedad nerviosa (…) De adolescente, insomnio y problemas de índole sexual. De joven, pérdida de dientes que fui dejando, como miguitas de pan de Hansel y Gretel, en diferentes países (…)

Y más adelante, como para que no parezca sólo la triste historia de alguien enfermizo:

“Incluso la perdida de dientes para mí era una especie de homenaje a Gary Snyder, cuya vida de vagabundo zen lo había hecho descuidar su dentadura (...)”



4 / En torno

- El cantante de la banda Gorillaz es un desdentado cool.
- En los 3 chiflados siempre hay escenas de dentista.
- Wittgenstein, en alguno de sus textos, da el ejemplo del dolor de muelas intransferible; doloroso solipsismo lógico.
- Jack London se arrancó algunas piezas solo, durmiéndose la boca con nieve de Alaska.
- “Lo Irreparable roe con sus dientes malditos/ nuestra alma, triste monumento, / y a menudo ataca igual que la termita, /al edificio por los cimientos. / ¡Lo Irreparable roe con sus dientes malditos!”: Charles Baudelaire, Lo Irreparable, Las Flores del Mal.
- Los dientes, su fácil degradación, son un punto flaquísimo en el diseño divino.
- Montaigne, en lo alto de la torre anexa a su castillo cercano a Burdeos, en la que inventó el género ensayístico, lidió con un persistente dolor de muelas.



Que pase el que sigue…

9 comentarios:

  1. Che, vecino, envíame a Darwin al mail, please. Registrarse y toda esa patraña me da paja y me carga. Me interesa leerlo ¿ok?
    Un beso, chaus.

    pd: el mail es: carmilla.666@gmail.com
    así no te das la paja de buscarlo, je.

    Atte.
    G.

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    1. bien. mando.

      de todos modos no es necesario registrarse (arriva a la derecha de la pantalla hay un cartelito que dice "saltar publicidad", pulsa y deja atrás la molesta página de registro). pero igual, no se preocupe: le mando la novelita...

      acabo de notar algo en su dirección...

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    2. Notar es el primer paso...
      sigo esperando sus desvaríos...
      Otro beso, esta vez en el ojo izquierdo.
      Chau.

      Atte.
      G.

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    3. fantaseo con decirle que no tengo ojo izquierdo, que soy tuerto, y manco, y que peso 200 kg...

      pero no, nada de eso: tengo los 2 ojos, las 2 manos y soy flaco...

      en fin

      kisses

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    4. Y soltero? ajajajaj, no, es broma :P
      De todas formas, aunque no hayas tenido un ojo izquierdo, el papel es suficiente para escribir y otro tanto para dibujar, te habría hecho un ojo al estilo personalizado :)
      Somos dos flacos entonces...
      The Killers, suena.

      Atte.
      G.

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    5. para ser noctámbula se levanta temprano; yo, cuando estoy despierto temprano es porque pasé de largo. ahora estoy en mi trabajo (atiendo al público en un negocio de venta de materiales para encuadernación: mi jefa es una amiga). estoy felis porque me traje la compu y encontré wifi gratis.

      nunca me casé.

      estoy escuchando the muffs (ando retro)muy fuerte (para espantar clientes)

      ahora cierro y me voy a mi casa a fumarme un porro.

      kisses

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    6. Obligatoriamente soy una esclava de la sociedad de día, el placer de la la impulsividad y los delirios lo prefiero en horario vespertino. Menos gente, menos ruido, mi misantropía agradece aquello.
      Zombie de día, vampira de noche :)

      Pd: A los porros los nombro "pasajes a la estratósfera y mientras más ecológico (verde), mejor. Buen provecho, já.

      Atte.
      G.

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  2. notas sueltas y datos mentales:

    me gusta muchisimo esa entrevista a Cortázar. esa forma de hablar con ese extrrraño acento.

    el otro día hablaba con amigos sobre esa tendencia de los escritores a la destrucción y al suicidio, puntualmente hablábamos de los orientales. yo citaba a akutagawa y a mishima.

    si de alcohólicos se trata, está kerouac. el otro día vi una entrevista suya en la que estaba absolutamente alcoholizado.

    rimbaud, el mercenario, los esclavos, la pierna, la muerte, el hospital.

    martin amis: night train, success... y 3 libros más que me aguardan

    y gilles que abrió la ventana y saltó

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    Respuestas
    1. qué tipo raro mishima. una vez leí una biografía suya escrita por un psiquiatra español: la cosa no hacía más que ponerse más y más rara (el doc quería trazar cueste lo que cueste la mayor cantidad de paralelos entre la cultura japonesa y la española -olé!). la novela de mishima Confeciones de una máscara es (como decirlo) muuuy gay; hace que gust van sant y Erasure parezcan una horda de machos alfa. en fin, que me gustó...

      de Jack K, me amarga un poco su final: en la casa de su amá, mirando la tele, reaccionario como sólo un escritor norteamericano que se dío con todo se puede volver (a doss pasos le pasó igual)... sin dudas su punto más elevado es (pour moi) Los Subterraneos (de la época en la que leía por colores los libritos de Anagrama, me fasciné con 2 rojitos: los subtes del kerouac y la Historia abreviada de la literatura portátil, de Vila-Matas...

      Martín Amis: ufff: sus frases son larguísimas (más largas que las de Fresán, que ya es decir). 2 novelas y un libro de cuentos y todavía no puedo dejar de pensar que es una especie de Sofía Coppola. sé que estoy siendo injusto con Amis jr... pero bue...

      el nenito degenerado, arturito. escribí demasiado sobre ese; así que por ahora paro

      y mi gran amigo deleuze... abrió la window y seguro que sono como un canario pichón: le chiflaron por última vez esos pulmones que no le servían para un catso.

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