1 / Sala de espera
Hace unos meses se pudieron ver
por un canal de cable (creo que por Encuentro)
unas entrevistas a varios escritores famosos, o muy famosos; a verdaderos dinosaurios de
la vieja escuela. Unas charlas en blanco y negro con los clásicos modernos, en
las que se podía apreciar al objeto-persona en uso de todas sus facultades
públicas. Además del contenido hablado y expresado en gestos por los escritores,
en estas apariciones televisivas, una cosa llamó poderosamente mi atención:
muchos de ellos (sin ir más lejos, dos referentes como son Julio Cortazar y Jean
Paul Sartre) tenían la boca hecha un desastre: los dientes manchados y cariados,
cuando no ausentes.
Y al ver esas dentaduras
estragadas en la tele, me acordé de un par de escritores, actualmente en servicios, a los que vi en
persona. De cerca y sonriendo: Cesar Aira y Federico Jeanmaire. Los dos con el
mismo problema de Sartre, de Cortazar y de tantos otros. Una dentadura hecha
bolsa, por la literatura.
¿Desidia higiénico dentaria por parte de
los escritores? También podría ser que como todas las profesiones, la de
escritor, trajera aparejada una que otra deformación patológica. Como los dedos
del pianista, que se van haciendo artrósicos; como el labio del trompetista, que
se va hinchando; como los deformes y cayados pies de las bailarinas; como los
pulmones del minero, que se van convirtiendo con la piedrilla. Así, los dientes de los escritores se van amarilleando, cariando y cayendo. Y su
espalda cría joroba, el cuello se les hunde en el pecho. Los famosos gajes del
oficio, la famosa deformación profesional.
¿Será el trabajar con las
palabras el que hace que los dientes, ahí tan cerca, en el filo de la boca, sintiéndolas pasar
constantemente, sucumban a su acides, a su veneno?
Para el escritor
francés Georges Perec, la letra hablada y la escrita no estaban tan distanciadas
como uno se podría imaginar. Algo importante se mantiene. Y quizá sea eso, lo que se mantiene como emisión, el elemento corrosivo que posee el lenguaje, lo que tanto carea a los
pobres dientes.
Perec, como muchos, se comía los
libros. Y batalló con las caries como pudo.
La literatura, como todo oficio
sacrificado y peligroso, le cobra tarde o temprano al cuerpo la suma de sus
pequeños, ínfimos, excesos. Caries, joroba... alcoholismo. Por supuesto, también
están los problemas de la visión. No tenerla: quedarse ciego como Borges y
Joyce. No controlarla: ver visiones como San Juan, Ezra Pound y Phillip K.
Dick. Pero los dientes son un talón de Aquiles del literato. A menos que sea
como dice Epicuro en sus Máximas
capitales: “Las enfermedades muy
prolongadas ofrecen en la carne aún más placer que dolor”.
Podría ser. Qué masoca. Si lo pensamos
unos segundos más, este lugar de patología placentera parece estar ocupado, en
el campo literario, por La Locura; no por los desastres dentarios.
Pero cuidado: que los locos y la caída
de los dientes son parte de un mismo kit, forman parte de un mismo conjunto.
En la institución
psiquiátrica, languidecerá el trabado por la lengua. Con flores negras de
maldad (porque sépanlo: las personas que sufren son malas: no pueden, ni quieren, ser buenas) cada tanto brotándole en el trato con los enfermeros y con las pocas
visitas. Perderá una a una, o de dos en dos, todas las piezas, y las encías
peladas serán la prueba de su derrota en la lucha por la supervivencia. Por
eso, inversamente, la gigantesca sonrisa publicitaria, histérica, es la muestra
de la voracidad de los tiempos: Predadores y perdedores.
En Doctor Pasavento(2005), una
novela del escritor español Enrique Vila-Matas que trata sobre un escritor
intentando desaparecer, alguien dice que en el mundo actual, en los albores del
milenio, el lugar del poeta, es el loquero.
Comprobamos. Ahí está Artaud desdentado, hablando la
lengua de las cañerías corporales, todavía enchastradas con la borra del
peyote. Y ese centro corporal es lo que ulcera la boca. Las palabras vienen ahora
del estómago, no más del cerebro. La bilis quema las encías y pudre los
dientes.
Y Nietzsche como una cabra,
hinchado y desdentado, inmóvil, en casa de su madre. Puteando a Sócrates y a
Jesucristo en el interior del bunker quemado de su cabeza. Podemos ponerle uno
de esos globos de pensamiento que aparecen en los comics, y dentro, escribir el
anti-poema de Nicanor Parra, quien también bastantes problemas con su dentadura
ha tenido, y que dice así: “Supongamos
que es un hombre perfecto/ supongamos que fue crucificado/ supongamos incluso
que se levantó de la tumba/ -todo eso me tiene sin cuidado-/ lo que yo desearía
aclarar/ es el enigma del cepillo de dientes/ hay que hacerlo aparecer como sea”.
Meses atrás de está decimonónica escena de historieta, una de las últimas
voluntades del Federico Nietzsche, efectuada, fue intentar morder a un caballo,
en el cuello, en la vía pública. La
voluntad de morder.
Un capítulo de Lógica del sentido, libro del filósofo
francés Gilles Deleuze, en el que se habla de Scott Fitzgerald, de su grieta (El Crack-up), en donde se habla de
su Gran cañón y del alcoholismo y del
fracaso, del esmalte de la superficie y de qué pasa cuando este se agrieta, se
rompe y se profundiza un cráter, ese capítulo decíamos, se llama Porcelana y
Volcán.¡En clara alusión a las caries en las muelas, a la mala dentadura,
bucal y espiritual! Otra novela que se menciona en ese capítulo es
Bajo el volcán, de Malcom Lowry, y otra
imagen, la del título, que remite a una muela con un volcán de infección y
dolor. En una página de esa novela, blanca como diente de leche, Lowry escribe:
“Ivonne ardía en deseos de curar la roca
desgarrada”. ¡Esa tal Ivonne seguro que es dentista! En el mismo capítulo se menciona la erosión
del pensamiento declarada por Artaud; las caries
en el alma del actor francés. Y en el final, un plano corto a
Burroughs y su búsqueda de la gran Salud. Y luego, la enigmática frase de
cierre de Gilles (que no era ninguna multiplicidad de giles): “Ametrallamiento de la superficie para
trasmutar el apuñalamiento de los cuerpos, oh psicodelia”. Y más. La frase
con la que se inicia esta vigesimosegunda
serie (los capítulos del libro de Deleuze son series de paradojas), es de Fitzgerald,
y puede describir a la perfección lo que pasó en la boca de Cesar Aira, más no
en sus novelitas: “Evidentemente, toda
vida es un proceso de demolición.”
Lo que en los Cantos de Maldoror (esa caja negra del
vuelo y del estrellamiento de un yoruga, de un yo-oruga, conocido como el Conde
de Lautréamont) se dice de los dientes y de la locura, mejor leerlo en persona.
Para muestra de por dónde hace salir a sus cantos el conde, nacido como Isidore
Duchase, vamos con esto: “¿A dónde ha
ido este primer canto de Maldoror desde
el momento en que su boca, llena de hojas de belladona, lo dejó escapar…?” ¡Ojo!: esa lectura trae caries físicas y mentales.
Pacto de amor, la
película que filmo Cronemberg sobre el tema del doble, lo tiene a Jeremy Irons
haciendo de dos gemelos dentistas muuuy limados. Una recomendable enfermedad
placentera, epicúrea. Se cura con reposo.
Son numerosísimos los ejemplos de
este cruce desfavorable para la dentición que se pueden encontrar en las
páginas y en las biografías de los escritores. Por ejemplo: la
dentadura postiza más cara de la literatura de estos tiempos, y la más
comentada en las revistas del gremio, es la de Martín Amis, el escritor ingles,
niño terrible, pornógrafo y políticamente incorrecto, cuna de oro literaria
(es el hijo del escritor de la corona
Kingsley Amis). Después de implantarse la nueva dentadura, se ve que el
británico se sintió más cánido que nunca, porque a su nueva novela le puso Perro
callejero. Espuma rábica champañoza y ladrido pornográfico, desde la porcelana millonaria.
Sí, me pregunté en su momento lo
mismo que seguramente se preguntarán ustedes: ¿Por qué tanto mambo con el
asunto de los dientes?
2 / Tratamiento de conducto
Se extirpa la raíz (por succión),
y el hueco que queda, es rellenado con un material artificial, un cemento.
Luego se pondrán fundas que tapen, renovando la imagen del ex-diente, renovando
la sonrisa tan necesaria, el simpático escudo. El tratamiento de conducto es,
en literatura, todo un tratamiento de conducta. La trilogía de Henry Miller,
sin ir más lejos, llamada La Crucifixión
Rosa (Sexus, Plexus y Nexus)es
un tratamiento de conducto, igualito al que acabamos de describir. Por si
quedaran dudas, si buscan mill en un
diccionario de inglés, dirá algo así como: molino, fábrica, taller, moler,
triturar, aserrar. Cualquiera que haya atravesado por la experiencia de un
tratamiento de conducto sentirá la conexión de estos sonidos, el sentido
albergado en estas palabras. El escritor norteamericano que emigró a París para
escribir el último libro y vivir la vida del pigmeo, ya estaba listo, con reforzada dentadura
de lobo, para devorar páginas y escribir sus Trópicos.
Después están los dientes con conducto, que tanto le han
reportado a la historia de la literatura: hablamos, claro, aunque mejor no tan
claro, de los colmillos del vampiro. Los dientes con conductos de sangre. La
extraña conducta. Por los conductos de la historia, esta
topera, por el hormiguero que se presume dios, algo avanza, se escande al
vacío, vino o veneno. Vino es
veneno. Y los dientes, cariados, intentando hacer segmentos. Segmentarizar,
segmentalizar. Poe mordió a Baudelaire. Baudelaire mordió a Verlain y a
Rimbaud, que también se mordieron entre ellos, y mordieron a Mallarmé, que debe
haber mordido a un inmigrante de la
Europa del este, a un Dada. Alfred Jarry se mordió a sí mismo; aunque se dice que los
mordió telepáticamente a Artaud y a Jean Cocteau. Etcétera. El resto es
pandemia.
3 / Extracciones
De Lo cristalino, relato de Fowill (2008). Situación
dentaria social. Un pintor reflexiona, con la gelidés canchera típica de
Fowill, sobre la cubierta de un barco frente a los glaciares de la patagonia,
después de ver a unos turistas-ancianos norteamericanos sonreírse los unos a
los otros:
“Entonces descubrió los dientes: los jóvenes tenían dentaduras normales
y relativamente bien cuidadas, en cambio los viejos mostraban bocas de una
exagerada perfección, efectos de las prótesis y las coronas de porcelana que
recubrían sus dientes opacados por el tiempo. Era algo natural: a la edad en
que la propia dentadura decae, decaen también los desafíos de la vida y las
posibilidades de seguir ascendiendo socialmente y de competir en el mercado
de los valores convencionales. Entonces
las mascaras dentarias, la cirugía y las prótesis bucales serian el medio más
eficaz para producir algún cambio en los efectos que uno produce sobre los
otros: vos sonreís y el otro te sonríe y su respuesta estimula más ganas de
sonreír a la edad en que los ahorros y la nueva dentadura son los últimos
motivos de satisfacción que te quedan.”
Del libro de Daniel Durand Ruta
de la inversión (2007), el poema Miro la luna mientras se me caen los
dientes. Situación dentaria individual. En este breve poema, el escritor de
Concordia, Entre ríos, traductor de Tu Fu, ubica en la estantería del deterioro
al ancho tomo del tiempo. Al paso de
ese río, que se lleva sus piezas dentarias, lo saluda como un buen poeta chino,
mirando la pálida esfera nocturna. Y de paso cañazo, como plus, la experiencia
física, sensible, de desdentarse, refiere a cierto quehacer poemático:
“ Es jueves mañana tendré 43 años,
arriba me
quedan sólo cinco dientes
que se mueven, todo el tiempo los aflojo…
muevo y
remuevo con la lengua, a eso me dedico…
muevo el diente flojo, lo aflojo
hasta que de
tanto movimiento
los lazos se
van cortando, los nervios se van muriendo…
la muela al
fin cede a la presión de la ansiedad
y sale, es
arrancada, finalmente…
miniaturas
del alma,
muelas que
van cayendo
de mi boca…
Por estos
días remuevo
El colmillo
derecho que todavía tengo…
La luna llena
de hoy atraviesa la noche,
Mañana
ocurrirá el mismo espectáculo
cuarenta y cinco minutos más tarde
con mucho
menos fulgor…”
De A propósito de dientes, relato del libro Corazón doble de Marcel Schwob. Un tipo que acaba de fumarse un
puro es abordado en la calle por un desconocido que lo advierte del peligro de
que una gingivitis alveolar infecciosa ataque sus dos incisivos que ya están
cariados. El tipo abordado le responde con la historia de un pariente suyo que
en una batalla frenó una bala que iba directo al cerebro con los dientes, mordiéndola.
Así y todo, termina aceptando temeroso la invitación que el desconocido le hace
para su consulta: se trata, luego nos enteraremos, del Dr Esteban Winnicox,
cirujano dentista. Apenas transpuesta la puerta del consultorio, se sucede una
grotesca intervención con la mediación de los últimos avances en el tratamiento
de las caries (estamos a finales del siglo XIX). Agujeros con tornos a vapor,
soldadura y laminado de oro, y hasta un martillo neumático, son de la partida. Todo
para que, luego de romperle y vaciarle los dos incisivos al tipo del puro, el Dr
Winnicox se de cuenta de que, lo que el había visto en la calle como caries,
eran pequeños trozos de hoja de tabaco. Así y todo, le comunica a su paciente que
va a cobrarle por las cuatro horas que han pasado, 200 francos. Cuando el (cada
vez menos) paciente se abalanza sobre
el doc, con el martillo neumático en las manos, dispuesto a vengarse, se da
cuenta de que el Dr Winnicox… no tiene dentadura. El cuento termina con unas
reflexiones de Schwob sobre la verdadera naturaleza de las ocupaciones: “Ahora me doy cuenta de por qué los fabricantes de pelucas son
calvos, por qué los barberos son lampiños y por qué los músicos que inflingen a
nuestros oídos las más refinadas torturas, gozan de una precoz sordera. (…) Son así para que los clientes no puedan
vengarse”. En el último párrafo, el protagonista decide irse a vivir a
América con los indios Siux, prometiendo volver con su tomahawk (hacha de piedra) para arrancarle el cuero cabelludo a
Esteban Winnicox. Eso sí, teme de que este se haga peluquero.
De Amuleto (1999), novela de
Roberto Bolaño. En esta novela corta del chileno, como diría William
Shakespeare, el tiempo se ha salido de
sus goznes. Auxilio Lacouture, una poeta uruguaya residente en México, que
se presenta como la madre de todos los poetas mexicanos, pasea por el tiempo,
en ambos sentidos, en amplios sentidos, hacia su pasado y hacia su futuro, “como si hubiera muerto y contemplara los
años desde una perspectiva inédita”, desde un presente
en los baños de la UNAM (Universidad Nacional de México) durante los trágicos incidentes
de septiembre del 68, mientras los granaderos (la cana) entran y reprimen, más
a siniestra que a diestra, en toda la universidad. Muertos por el ejército:
unos pocos en las facultades, muchos en la plaza de Tlatelolco. Auxilio está
escondida en el wc, sentada en el inodoro, y se hace a la idea de que va a
tener que pasar un buen rato ahí. Su primer pensamiento para ganar tranquilidad
es para sus dientes perdidos, temática que refleja al propio autor de Amuleto y su mala relación con las
teclas de la boca:
“Me puse a pensar, por ejemplo, en los dientes que perdí, aunque en ese
momento, en septiembre de 1968, yo aún tenía todos mis dientes, lo que bien
mirado no deja de resultar raro. Pero lo cierto es que pensé en mis dientes,
mis cuatro dientes delanteros que fui perdiendo en años sucesivos porque no
tenía dinero para ir al dentista, ni ganas de ir al dentista, ni tiempo. Y
resultó curioso pensar en mis dientes por que por una parte a mí me traía sin
cuidado carecer de los cuatro dientes más importantes en la dentadura de una
mujer, y por otra parte el perderlos me hirió en lo más profundo de mí ser y
esa herida ardía y era necesaria e innecesaria, era absurda. Todavía hoy, cuando
lo pienso, no lo comprendo. En fin: perdí mis dientes en México, como había
perdido tantas otras cosas en México (…)
Y la
perdida trajo consigo una nueva costumbre. A partir de entonces, cuando hablaba
o me reía, cubría con la palma de la mano mi boca desdentada, gesto que según
supe no tardó en hacerse popular en algunos ambientes. Yo perdí mis dientes
pero no perdí la discreción, la reserva,
un cierto sentido de la elegancia .La emperatriz Josefina, es sabido, tenía
enormes caries negras en la parte posterior de su dentadura y eso no le restaba
un ápice a su encanto. Ella se cubría con un pañuelo o un abanico; yo, más
terrena, habitante del DF alado y del DF
subterráneo, me ponía la palma de las manos sobre los labios (…)
Podían decir (y reírse al decirlo): ¿cómo
consigue, Auxilio, aunque tenga las manos ocupadas con libros y con vasos de
tequila, llevarse siempre una mano a la boca de manera por demás espontánea y
natural?, ¿en dónde reside el secreto de ese su juego de manos prodigioso? El
secreto, amigos míos, no pienso llevármelo a la tumba (a la tumba no hay que
llevarse nada). El secreto reside en los nervios. En los nervios que se tensan
y se alargan para alcanzar los bordes de la sociabilidad y el amor. Los bordes
espantosamente afilados de la sociabilidad y el amor.
Yo perdí mis dientes en el altar de los
sacrificios humanos.”
En una de las últimas
conferencias que dio Roberto Bolaño, titulada Literatura + Enfermedad = Enfermedad, recogida en el tomo El gaucho insufrible, y a propósito del
disparador enfermedad y viajes, el escritor hace balance del desgaste de su
salud acarreado por una vida de intemperie y nomadismo (vida que volvería a
repetir, según escribe, páginas más adelante, alrededor de un poema de Mallarmé):
“Resultado: De niño, grandes dolores de cabeza que hacían que mis
padres se preguntaran si no tendría una enfermedad nerviosa (…) De adolescente,
insomnio y problemas de índole sexual. De joven, pérdida de dientes que fui
dejando, como miguitas de pan de Hansel y Gretel, en diferentes países (…)
Y más adelante, como para que no
parezca sólo la triste historia de alguien enfermizo:
“Incluso la perdida de dientes para mí era una especie de homenaje a
Gary Snyder, cuya vida de vagabundo zen lo había hecho descuidar su dentadura (...)”
4 / En torno
- El cantante de la banda
Gorillaz es un desdentado cool.
- En los 3 chiflados siempre hay
escenas de dentista.
- Wittgenstein, en alguno de sus
textos, da el ejemplo del dolor de muelas intransferible; doloroso solipsismo lógico.
- Jack London se arrancó algunas
piezas solo, durmiéndose la boca con nieve de Alaska.
- “Lo Irreparable roe con sus dientes malditos/ nuestra alma, triste
monumento, / y a menudo ataca igual que la termita, /al edificio por los
cimientos. / ¡Lo Irreparable roe con sus dientes malditos!”: Charles
Baudelaire, Lo Irreparable, Las Flores
del Mal.
- Los dientes, su fácil
degradación, son un punto flaquísimo en el diseño divino.
- Montaigne, en lo alto de la
torre anexa a su castillo cercano a Burdeos, en la que inventó el género
ensayístico, lidió con un persistente dolor de muelas.
Que pase el que sigue…
Che, vecino, envíame a Darwin al mail, please. Registrarse y toda esa patraña me da paja y me carga. Me interesa leerlo ¿ok?
ResponderEliminarUn beso, chaus.
pd: el mail es: carmilla.666@gmail.com
así no te das la paja de buscarlo, je.
Atte.
G.
bien. mando.
Eliminarde todos modos no es necesario registrarse (arriva a la derecha de la pantalla hay un cartelito que dice "saltar publicidad", pulsa y deja atrás la molesta página de registro). pero igual, no se preocupe: le mando la novelita...
acabo de notar algo en su dirección...
Notar es el primer paso...
Eliminarsigo esperando sus desvaríos...
Otro beso, esta vez en el ojo izquierdo.
Chau.
Atte.
G.
fantaseo con decirle que no tengo ojo izquierdo, que soy tuerto, y manco, y que peso 200 kg...
Eliminarpero no, nada de eso: tengo los 2 ojos, las 2 manos y soy flaco...
en fin
kisses
Y soltero? ajajajaj, no, es broma :P
EliminarDe todas formas, aunque no hayas tenido un ojo izquierdo, el papel es suficiente para escribir y otro tanto para dibujar, te habría hecho un ojo al estilo personalizado :)
Somos dos flacos entonces...
The Killers, suena.
Atte.
G.
para ser noctámbula se levanta temprano; yo, cuando estoy despierto temprano es porque pasé de largo. ahora estoy en mi trabajo (atiendo al público en un negocio de venta de materiales para encuadernación: mi jefa es una amiga). estoy felis porque me traje la compu y encontré wifi gratis.
Eliminarnunca me casé.
estoy escuchando the muffs (ando retro)muy fuerte (para espantar clientes)
ahora cierro y me voy a mi casa a fumarme un porro.
kisses
Obligatoriamente soy una esclava de la sociedad de día, el placer de la la impulsividad y los delirios lo prefiero en horario vespertino. Menos gente, menos ruido, mi misantropía agradece aquello.
EliminarZombie de día, vampira de noche :)
Pd: A los porros los nombro "pasajes a la estratósfera y mientras más ecológico (verde), mejor. Buen provecho, já.
Atte.
G.
notas sueltas y datos mentales:
ResponderEliminarme gusta muchisimo esa entrevista a Cortázar. esa forma de hablar con ese extrrraño acento.
el otro día hablaba con amigos sobre esa tendencia de los escritores a la destrucción y al suicidio, puntualmente hablábamos de los orientales. yo citaba a akutagawa y a mishima.
si de alcohólicos se trata, está kerouac. el otro día vi una entrevista suya en la que estaba absolutamente alcoholizado.
rimbaud, el mercenario, los esclavos, la pierna, la muerte, el hospital.
martin amis: night train, success... y 3 libros más que me aguardan
y gilles que abrió la ventana y saltó
qué tipo raro mishima. una vez leí una biografía suya escrita por un psiquiatra español: la cosa no hacía más que ponerse más y más rara (el doc quería trazar cueste lo que cueste la mayor cantidad de paralelos entre la cultura japonesa y la española -olé!). la novela de mishima Confeciones de una máscara es (como decirlo) muuuy gay; hace que gust van sant y Erasure parezcan una horda de machos alfa. en fin, que me gustó...
Eliminarde Jack K, me amarga un poco su final: en la casa de su amá, mirando la tele, reaccionario como sólo un escritor norteamericano que se dío con todo se puede volver (a doss pasos le pasó igual)... sin dudas su punto más elevado es (pour moi) Los Subterraneos (de la época en la que leía por colores los libritos de Anagrama, me fasciné con 2 rojitos: los subtes del kerouac y la Historia abreviada de la literatura portátil, de Vila-Matas...
Martín Amis: ufff: sus frases son larguísimas (más largas que las de Fresán, que ya es decir). 2 novelas y un libro de cuentos y todavía no puedo dejar de pensar que es una especie de Sofía Coppola. sé que estoy siendo injusto con Amis jr... pero bue...
el nenito degenerado, arturito. escribí demasiado sobre ese; así que por ahora paro
y mi gran amigo deleuze... abrió la window y seguro que sono como un canario pichón: le chiflaron por última vez esos pulmones que no le servían para un catso.